jueves, 9 de julio de 2009

Una tarde de final de primavera

-¿Y qué piensas hacer cuando acabes? –preguntó el inquilino de la casa.

-Pff, no sé, dejar que el tiempo pase y a esperar.

-Pero hombre, esa postura no es nada valiente.

-Sí, quizás sea así.

-Sí, pero la vida y todos los problemas que trae hay que afrontarlos con decisión, nunca dejar...

-Eso se dice muy fácilmente cuando se está en una situación normal.

-¿Cómo que normal? ¿A qué te refieres?

-Me refiero a la situación de la gran mayoría de la gente, inmersa en unas relaciones humanas, entre personas, que nos permiten poder comunicarnos cada día o cada cierto tiempo, de tal manera que nunca... bueno, eso no, casi nunca podamos sentirnos solos.

-¡Coño!, ¿qué quieres decir?

-Pues eso, que tú, que te encuentras en ese grupo mayoritario no tienes más problemas que el resto, tienes una vida normal en todos los aspectos, al menos en la cuestión referente a las relaciones humanas. Tú puedes salir todos los días, pasear cuando quieras, divertirte, viajar cada cierto tiempo, ir al campo o a la montaña, visitar casas de amigos o ir a un bar y tomar café, charlar con quien sea o lo que sea... Todo este mundo de relaciones te permite valorar y escoger unas cosas sobre otras, escoger una amiga o compañera con quien puedas intimar más o compartir la vida... Cualquier problema que te surja puedes planteárselo a un amigo o una amiga, te pueden ayudar a resolverlo. Esto impide que te puedas encontrar solo en situaciones difíciles... En fin, lo que el hombre es, animal o ser social, llevado al terreno más sencillo, más próximo con lo que caracteriza su vida. Y como tú, la mayoría, pero, amigo, no todo el mundo. Y eso no es lo malo, lo terrible es...

-Tienes razón. Hay personas que tienen más amigos que otras, que son más individualistas que otras, que tienen más problemas que otras. Y en efecto, somos dos personas normales, cada una con nuestra manera de ser.

-Yo no soy de la mayoría. Pertenezco a ese grupo reducido de personas castigadas a vivir en cierta medida amargadas, tristes, solas.

-Bueeeé, eso que dices es una bobada.

-¿Cómo que es una bobada? ¿Es que acaso tú conoces todos los momentos de mi vida? Tú sólo me ves las horas de clase, algunas veces que vamos a tomar una caña o que voy a tu casa a hacer algún trabajo y poco más. Sin embargo, yo soy el que estoy conmigo continuamente, las 24 horas del día, y conozco lo que hago perfectamente, soy consciente de lo que adolezco, de lo que no tengo, de mis debilidades, de mis sueños, de mis aspiraciones, de mis deseos...

-No dramatices, hombre. Empezaste dándome un discurso sobre la normalidad de la mayoría y ahora parece que dices lo contrario sobre ti.

-No es dramatizar, es simplemente decir la verdad, la única y pura verdad.

-No sé, quizás sea así, pero creo que te pasas.

-Lo es, desgraciadamente lo es. Lo peor de todo es que de esta situación no veo ninguna salida, al menos por ahora. Cada vez que miro al futuro, más negro lo veo. Antes confiaba un poco en el azar, que una ráfaga de suerte me ayudara a salir de esto. Puede ocurrir, pero cada veo menos probabilidades.

-Se dice muy fácilmente, pero sigo creyendo que exageras.

Mientras hablaban y discutían el ruido de fondo lo formaban las voces de los niños que estaban en la calle y los golpes que daban con lo pies, las tejas o lo que tuvieran en la mano. En casa había una buena música de fondo, un poco latosa, sí, pero al fin y al cabo las había peores. La luz del flexo era de 60 vatios y blanca. Digo blanca, porque es corriente que esos aparatos tengan bombillas de color azul y se dice que hacen menos daño a la vista para estudiar o leer. Al cabo de un poco tiempo eran los Pink Floyd los que dejaban oír su música a través del caset, un aparato negro, traído de Melilla y que debe de tener poco más de tres años.

-Este aparato ha resultado sólo algo bueno, porque hubo que hacerle un arreglo cuando se jodió no sé qué de la entrada de corriente eléctrica. Me acuerdo que mientras estuvo estropeado sólo funcionó con pilas y menos mal que lo arreglamos, porque valían más las pilas.

-¿Qué te parecen entonces los Pink Floyd?

-Bien, no están mal.

-A mí también me gustan. Es uno de los grupos por los que tengo predilección.

-Igual me ocurre a mí. Relajan.

Seguían hablando. ¿Y ahora de qué? ¡Qué más da! Es igual. Lo importante es que sepáis que allí, en esa habitación, había dos personas conversando que se encontraban delante de un flexo con una bombilla blanca de 60 vatios, escuchando a los Pink Floyd en un caset negro arreglado, y que oían además unos ruidos y gritos de fondo (más bien de ultrafondo) que provenían de la calle, de lo que hacían los niños que jugaban.

-“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: en paz os dejo, mi paz os doy, no miréis los pecados de vuestro prójimo, sino los propios, porque así encontraréis el reino de los cielos” –recitó con efusión el inquilino.

-¿Pero qué dices ahora? ¿Estás chalado?

-Nada, chorradas. Soy profundamente ateo. No puedo remediar el que de vez en cuando me salgan estas cosas.

-Yo también soy ateo, pero de ahí a hacer el bobo...

-Es que nos están comiendo el coco. Bueno, mejor, nos están comiendo el terreno. A los niños sí que los utilizan.

-Tienes razón, están dedicándose a catequizarlos para infundirles una ideología reaccionaria que rechaza cualquier postura progresista ante la vida.

Seguían hablando y cambiaban de tema continuamente. Así pasaron toda la tarde. En medio merendaron y bebieron agua. Una buena chacina acompañada de pan.

-En fin, qué decir. Ya se me ha secado la garganta. Ya no puedo hablar más, estoy agotado –dijo el inquilino.

De pronto notó que el techo empezó a caer sobre sus cabezas. Papeles, bolígrafos, libros, el flexo, la alfombra, el caset, las sillas... todo quedó sucio, revuelto, desordenado o roto. Parte de las paredes también cayeron y se ensuciaron. Todo estaba esparcido por el suelo y los colores predominaban entre el blanco del yeso y el rojo de los ladrillos. Una lúgubre sensación se apoderó de los dos amigos, sorprendidos por lo ocurrido en la estancia, pero sin que hubieran resultado heridos o sucios. Y es que no había pasado nada, el techo seguía en su lugar. Todo había sido una ficción. Y continuó:

-Callémonos porque si no se enfadan las paredes y el techo, y conviene no enemistarse más de lo que hacemos en la vida diaria.

-En efecto, amigo, nuestras buenas amigas las paredes se han portado bien con nosotros hasta ahora. Nos defienden del frío, de la lluvia y hasta del calor. Nos ayudan a mantenernos un poco aislados de los ruidos para poder estudiar, hablar, dormir, tener intimidad...

-Tienes razón.

-Claro, si es que estamos de acuerdo tú y yo en muchas cosas. En todo, no, ¿eh? Eso es normal. Por cierto, qué bonitos son tus bolígrafos.

-Preciosos. Tienen categoría, solera, grandeza, simpatía, cultura y un largo etcétera.

-Etcétera... ¡Huy!, que diga sí.

-Ja, ja, ja, ja, ja... Qué gracioso eres... Cambiando de tema, a mí me canta más gustar que bailar...

-Tío, a ti también se te lengua la traba.

-Ja, ja, ja, ja, ja...

Y así fue como pasaron la tarde hasta que el visitante se fue a su casa o donde fuera, que eso no lo sabemos. Estaban acabando el curso y se habían relajado de las tensiones de las últimas semanas. Habían hecho un paréntesis en el esfuerzo final de los estudios. Ya les quedaba poco. Quizás entre las cuatro paredes fue como pudieron decir y pensar cosas disparatadas. No les faltaron cosas con sentido. Todo puede ser posible. En esta vida todo es posible. Lo es en las casas, en los colegios, en las fábricas, en las calles, en las oficinas, en los campos en incluso en el Parlamento. Puede ocurrir incluso que mientras se está durmiendo por la noche una cuerda de la guitarra grite desgarrada su último gemido. Que se rompa y quede inútil. Y eso le ocurrió a una de ellas cuando el que quedaba se fue a dormir. Todo es posible. Todo.


(Salamanca, 1980)