sábado, 29 de agosto de 2009

El magnífico retrato de la España de 1931 que hace Elya Ehrenburg


He leído hace unos días el libro España, república de trabajadores, de Elya Ehrenburg. Me ha resultado precioso y fascinante. El escritor ucraniano, ciudadano de la URSS, hace un retrato excepcional de la sociedad española de 1931 durante la primavera de la II República. Escrito prácticamente al mismo tiempo que visitaba nuestro país (vigilado, eso sí), lo hizo con una lucidez, al margen de determinadas caracterizaciones generales (tópicas, por lo demás, y especialmente, ay, con las mujeres), que nos pone al descubierto la dramática herencia de las décadas anteriores, las contradicciones del momento en que lo escribió y lo que se estaba incubando. La mirada de ese escritor foráneo, bien lejano por su cultura y geografía, resulta sorprendente, trazando un friso que nos sitúa en la misma realidad a través de la sucesiva aparición de lugares y personajes, y la permanente conjugación del presente con el pasado. Toda una mezcla de ciudades, pueblos, nombres conocidos, personas anónimas, caciques, pequeño-burgueses, campesinado, braceros, obreros industriales, anarquistas, socialistas, republicanos, artistas, pasado, progreso, rocas, vergeles, vinos, comidas, curas, musulmanes, creencias, anticlericalismo… Un fiel retrato de una república que nació, al decir del escritor, burguesa y de ahí ese desdén con el que trató a quienes mostraban las contradicciones con mayor claridad. Próximo al esquema que desde la URSS se defendía frente a cualquier tipo de reformismo, pero recordando la advertencia de Lampedusa sobre la necesidad de que todo cambie para que todo siga igual. Benevolente con la radicalidad de la tradición anarquista, aunque etiquetándola de cándida. Lejos, todavía, de la apuesta por la unidad de las fuerzas antifascistas, quizás porque en 1931 todavía no se vislumbraba lo que supuso el ascenso del nazismo al poder dos años más tarde. Todo ello, mostrado con rotundidad, crudeza y, en su final, esperanza. Merece la pena leerlo. 

(Fotograma de la película Tierra sin pan, de Luis Buñuel)