miércoles, 30 de diciembre de 2009

El drama del pueblo palestino



































Hace un año se intensificó un nuevo episodio de la agresión continua que el estado de Israel viene infligiendo contra la población palestina. Ésta vive repartida en varios territorios: dentro del mismo estado israelí, en la Franja de Gaza y Cisjordania, en los países vecinos donde fue refugiándose una parte ante la expansión militar israelí y en diversas partes del mundo, donde, por distintas razones, se han ido asentando. Todo ello aproximadamente desde hace medio siglo, pero que para entenderlo nos obliga a remontarnos a finales del siglo XIX.

Los orígenes del sionismo

El sionismo es un movimiento político surgido a finales del siglo XIX como respuesta de un sector de la intelectualidad judía de Europa central y oriental ante el crecimiento del antisemitismo y de las persecuciones, que en Rusia alcanzaron niveles dramáticos. Su principal ideólogo fue Theodor Herzl, autor del libro El Estado Judío, publicado en 1896, y uno de los impulsores de la Asociación Sionista Mundial, fundada en Basilea un año después. Si el sionismo buscó desde un principio la emigración a la Palestina histórica, el Congreso sionista de 1897 la explicitó mediante el objetivo de creación del Hogar Nacional Judío. Ya desde 1878 se había iniciado un tímido, pero creciente, proceso migratorio hacia Palestina, cuando se fundó en Petah Tikva la primera colonia sionista bajo el padrinazgo del imperio turco-otomano, al que pertenecían los territorios de la Palestina histórica. Pese a que el proceso migratorio judío no se detuvo en los años siguientes, las autoridades turcas impidieron que apropiaran de tierras, dado el peligro que suponía el crecimiento de este tipo de asentamientos en un territorio donde ya existía una población que llevaba siglos viviendo en ella. Ésta, perteneciente a la etnia árabe, era mayoritariamente de confesión musulmana desde el siglo VII, coexistiendo con las minorías cristiana y judía.

Sionismo e imperialismo

El sionismo contó pronto con apoyos en las potencias del momento, especialmente el imperio británico, sobre todo desde la Gran Guerra de 1914-1918, cuando se incubó en el Tratado de Sixe-Pico de 1917 el futuro reparto de los territorios del imperio turco-otomano en Oriente Próximo entre los imperios francés y británico. De esta manera Francia se quedó con Siria y Líbano, mientras el Reino Unido se convirtió en la nueva potencia colonial de Palestina, Transjordania y Mesopotamia. En el mismo año el Reino Unido, mediante la Declaración Balfour, garantizó a la Asociación Sionista Mundial la creación de un estado judío, lo que supuso un espaldarazo a las pretensiones sionistas. Sin embargo, en 1919 rechazó la petición de independencia que hizo el recién creado Congreso Nacional Palestino. En los cerebros del principal imperio de la época se tenían las cosas claras. No se trataba de una cuestión de prioridades, sino de estrategia imperialista, como veremos.

La migración judía a Palestina

La declaración Balfour abrió un proceso político y migratorio que no se ha detenido, de manera que junto al reconocimiento de un futuro estado judío se facilitó paralelamente la llegada de población judía procedente de Europa oriental en su mayoría. La población judía no llegaba en 1880 al 5% de Palestina, en 1915 era del 6%, una cantidad que ascendió en 1922 a casi el 10% y al 17% en 1931. Si en 1880 en su mayoría era sobre todo autóctona, es decir, árabe, la llegada sucesiva de contingentes europeos hizo que aquélla fuera quedando reducida a una minoría: en 1882 llegaron 25.000 inmigrantes; en los primeros años del siglo XX, 40.000; en los años siguientes a la Gran Guerra, 35.000; y entre 1924-28, 67.000.

Tras la caída del imperio turco-otomano este movimiento migratorio fue acompañado de la compra de tierras tras la expropiación previa de propiedades palestinas. Una expropiación concedida por las autoridades coloniales y una financiación que corría a cargo de la Asociación Sionista Mundial y otras asociaciones similares, con fondos provenientes de los sectores judíos adinerados. El crecimiento demográfico se vio acompañado, pues, por el de la propiedad de tierras: en 1919 poseía el 3% de las tierras, en 1928 subió al 4% y en 1948, al 6%. Un fenómeno que empezó a alarmar a un alto funcionario británico, cuando en 1931 advirtió que ya empezaba a haber población palestina sin tierras.

Pero lo más llamativo de todo es que los asentamientos judíos que se fueron creando eran de exclusividad para la población de esa comunidad, a la vez que desde fuera y desde dentro se defendía el objetivo no sólo de crear un estado judío, sino de vaciar Palestina de la población árabe. Las distintas tendencias del sionismo lo airearon sin complejos, incluida la socialista. Nahman Syrkin, su impulsor, ya dijo en 1897 que Palestina “debe ser evacuada para lo judíos”. Fue la tendencia que auspició la creación del primer kibutz, pequeña comunidad de propiedad colectiva que habría de ganar fama con el tiempo.

Este exclusivismo etnicista no debe extrañar, pues era congruente con la naturaleza del sionismo. Tampoco deben extrañar palabras como las de Winston Churchill en 1919: “hay judíos, a los que hemos prometido llevar a Palestina, que dan por sentado que se borrará a la población local según les convenga”. O de Chaim Weizmann, dirigente del sionismo mundial, durante la Conferencia de París del mismo año: “[una Palestina] tan judía como inglesa es Inglaterra”.

Conflictividad étnica y antiimperialista

Los cambios que se fueron dando en Palestina en estos años no estuvieron exentos de conflictos, que se manifestaron de muchas maneras y en distintas direcciones. Si por un lado se consolidó el apoyo británico a la población judía, en consonancia con la Declaración Balfour, lo que conllevó el aumento del descontento de la población árabe contra la política británica, por otro lado aumentaron las tensiones y enfrentamientos entre las comunidades, bien por la ocupación de tierras, bien por el control de los espacios religiosos o bien, y sobre todo, por las estrategias políticas que subyacían.

Entre 1937 y 1938 la Comisión de Partición de Palestina elaboró tres planes, plasmando la partición territorial y reservando para el futuro estado judío la parte noroeste. La población palestina, por su parte, dentro de un proceso de resistencia y de adaptación a una situación que le venía dada por la fuerza, protagonizó entre 1936 y 1939 una insurrección contra el imperio británico que tuvo como resultado 55.000 muertes entre la población palestina, en medio de una presencia de tropas británicas superior en número a las que había en esos momentos en la India, un territorio de mucha más superficie.

Tampoco la comunidad judía se quedó al margen de la violencia, en general bajo la mirada pasiva británica. En 1919 se fundó la organización paramilitar Haganá, a la que perteneció David Ben Gurion, el futuro fundador del estado de Israel. En ella predominaba la ideología socialista y de ella surgió el futuro Partido Laborista, eje de la política israelí hasta finales de los setenta. En los años treinta surgió otro grupo paramilitar, Irgún, una escisión de Haganá. Partidario de métodos más expeditivos y con un programa de desarabización más radical, fue la base del futuro partido Likud. En Irgún se forjaron Menajem Beguin e Isaac Samir, que desde finales de los años setenta y durante los ochenta fueron primeros ministros de Israel.

Las secuelas de la Segunda Guerra Mundial

Los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial abrieron un nuevo escenario, sobre todo cuando el holocausto dirigido por el régimen nazi hizo desaparecer a millones de judíos y judías de Europa en los progromos y campos de concentración. El intento de reparación por lo ocurrido, unido al conflicto existente en Palestina, llevó a que la ONU, en la famosa Resolución 181 de 1947, estableciera la división territorial, la formación de dos estados, de los cuales el 55% le correspondía al de Israel, y la conformación de Jerusalem como una zona internacional. No fue una decisión unánime, pero el que la URSS y los EEUU estuvieran de acuerdo, con la abstención del Reino Unido, permitió que saliera adelante la Resolución.

Aunque el fin del mandato británico debía acabar el 15 de mayo del año siguiente, la presión de la dirigencia de la comunidad judía fue en aumento, de manera que entre diciembre de 1947 y mayo de 1948 inició en los territorios que le correspondían según la Resolución 181 una limpieza étnica a toda regla. Era una estrategia larga y escrupulosamente definida, conocida como Plan Dalet, en el que se decía cosas como éstas: “el principal objetivo de la operación es destrucción de las aldeas árabes (…y) la expulsión de los aldeanos para que se conviertan en un lastre económico para las fuerzas árabes”.

Este Plan Dalet supuso inicialmente la expulsión de más de 400.000 árabes, la apropiación de casi todos sus bienes por parte de la comunidad judía, y el desalojo y/o destrucción de al menos 213 aldeas y ciudades. A finales de año la expulsión alcanzó, según las fuentes, entre 500.000 y 800.000 personas, y el desalojo y/o destrucción, entre 292 y 531. Durante esos trece meses se perpetraron al menos 31 masacres, con centenares o miles, no se sabe, de personas muertas. Y todo ello ante la pasividad de las autoridades británicas, hasta el 15 de mayo, y de los funcionarios de la ONU, en todo el periodo.

En medio de esto se desarrolló la primera guerra árabe-israelí, declarada tras la proclamación unilateral del estado de Israel el 14 de mayo. Las tropas israelíes, más numerosas, bien preparadas y mejor dotadas, llegaron pronto a los asentamientos judíos situados en el territorio palestino, prosiguiendo en la limpieza étnica. Los países árabes de la zona (Jordania, Egipto, Siria, Líbano e Iraq), por su parte, jugaron un papel vergonzante. En general enviaron unas tropas mal preparadas y equipadas, mientras el rey Abdullah de Jordania acordaba una alianza tácita con Israel. Fue una “guerra de mentira”, como la ha calificado el historiador israelí Ilan Pappé. Una guerra que duró de mayo de 1948 a enero de 1949.

El resultado fue, sin embargo, el de una “guerra de verdad”, también al decir del mismo historiador: el estado de Israel se quedó con el 78% de la Palestina histórica, es decir, el 55% establecido por la ONU y casi la mitad de lo que le correspondía al estado palestino. Los armisticios firmados en 1949 dejaron a la Franja de Gaza bajo la administración egipcia, mientras que Cisjordania lo hizo bajo la jordana. Los cientos de miles de personas desalojadas, todas ellas palestinas, se dispersaron desde entonces por la Franja de Gaza y Cisjordania, y por Jordania, Egipto, Siria y Líbano. Comenzaba un nuevo problema, el de la población refugiada.

Al Nakba

El impacto de lo sucedido lo denomina la población palestina al Nakba, el desastre. Una realidad que se ha pretendido borrar, pero que ha permanecido en la memoria de quienes la sufrieron y que ha sido rescatada por historiadores palestinos para mantenerla viva. Un desastre del que no solamente se mantienen las secuelas, sino que se han ido agravando con los años y que aún hoy siguen agravándose.

Sobre lo ocurrido después de 1948 me referiré en otra ocasión.


Referencias bibliográficas

ÁLVAREZ-OSSORIO, Ignacio e IZQUIERDO, Ferrán (2007). ¿Por qué ha fracasado la paz? Claves para entender el conflicto palestino-israelí. Madrid, Catarata.
AUTORÍA COMPARTIDA (2002). Israel/Palestina. Claves históricas de un conflicto centenario. Barcelona, Mundo Revistas.
MARTÍNEZ, P. (pról.) (1998). Al Nakba (El Desastre). El desalojo sionista de Palestina en 1948. Comité de Solidaridad con la Causa Árabe, Madrid.
PAPPÉ, I. (2008). La limpieza étnica de Palestina. Barcelona, Crítica.


(La ilustración se corresponde con la fotografía de portada del libro Al Nakba (El Desastre). El desalojo sionista de Palestina en 1948, editado por el Comité de Solidaridad con la Causa Árabe, Madrid, 1998).