sábado, 20 de noviembre de 2010

Más sobre la manipulación

En febrero pasado la revista Época publicó un artículo del ex grapo Pío Moa  titulado "El Valle de los Caídos y los talibanes". Sin entrar en su contenido, su posicionamiento político y la manipulación histórica que hace sobre lo que cuenta, me han llamado la atención dos frases que son en sí mismas contradictorias, por lo que, de entrada, anula y desacredita el intento que hace por argumentar lo que pretende. Veámoslo. El artículo empieza con esta frase: "El Valle de los Caídos fue concebido como un monumento a la victoria". De acuerdo, fue la intención del régimen franquista y, por qué negarlo, lo que suelen hacer los bandos vencedores de las guerras. Y en el siguiente párrafo: "Al mismo tiempo fue entendido como un monumento a la reconciliación nacional". ¿En qué quedamos, "monumento a la victoria" o "reconciliación nacional"? No es un discurso original, fue el oficial que se utilizó durante el franquismo y que quienes lo añoran o lo justifican en nuestros días insisten en utilizarlo.

Hoy, aniversario de la muerte del dictador, fecha de nostalgia para no sé cuántas personas, pero al menos unas cuantas, se me había ocurrido  dedicarle algo. Me vinieron al recuerdo esos días infaustos y por eso he editado el relato breve que antecede a este comentario. Pero hete aquí que cuando regresaba a casa antes comer escuché una noticia por Radio 1 en la que se decía que la ministra de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, apelaba a los gobiernos amigos del pueblo saharaui para ayudar solucionar el conflicto con Marruecos. Mi sorpresa no fue el empleo de la palabra amigos, sino de quiénes eran esos amigos y, ¡horror!, lo eran, en palabras de la propia ministra, además del gobierno español, los de EEUU, Rusia, Francia y Reino Unido. Es decir, ha convertido a los amigotes del gobierno marroquí (España, EEUU y Francia, sobre todo) en los amigos de la víctima.

Las dos son noticias que en apariencia no tienen nada en común, pero que en realidad sí lo tienen: cómo hacer de algo lo que no es realmente diciendo a la vez una cosa y su contraria.

Diciembre del 75











































Me gusta escuchar Radio España Independiente, Radio París, la Bebecé de Londres, Radio Tirana, Radio Moscú y Radio Pekín. Estas tres últimas se oyen muy mal. Todas se sintonizan en onda corta y están llenas de las interferencias que mete el gobierno para que no podamos oírlas y así no poder informarnos de lo que pasa en España. Los pitidos son muy molestos y hay veces que se pierde la voz, pero yo no desisto y sigo hasta el final. Casi todos los días las pongo por la tarde y por la noche, que es cuando mejor se oyen, aunque no se quitan las interferencias. Conozco los horarios y me gusta sintonizarlas por orden cuando tengo tiempo. Este verano no, porque he estado en Madrid trabajando, pero el anterior me pasé todo el día escuchándolas y hasta en una ocasión se las puse a dos hijos de una amiga de mi madre. Uno de ellos se quedó sorprendido por lo que decían y se lo tomó con mucho interés. Aunque intenté hablar de política con él, lo que más le interesaban eran las tías, de manera que cuando podía, se ponía a contarme sus aventuras.


Hace unos días mandé una carta a la Bebecé de Londres y creo que me la han sacado, porque en la lectura que hacen de las que envían los oyentes recordé varias de las palabras que escribí. Se oía muy mal, la verdad, pero estoy seguro que era la mía. La escribí con guantes y la eché en Correos también con guantes, sin que diera mucho el cante, pues hacía frío. Así no dejé huellas dactilares por si la policía investigaba. En ella hablaba del comunismo y decía que los comunistas no somos malos ni cocos, como dice el gobierno, que sólo queremos más libertad y una sociedad igualitaria y eso para mí son ideas buenas, que en España nos persiguen y nos meten en la cárcel por lo que pensamos y hacemos. Me da mucha rabia que no podamos escuchar lo que queremos y, si embargo, tengamos que oír y ver las tonterías de las emisoras de radio y sobre todo de la televisión. Yo la veo poco, porque embrutece.

Ahora acabo de escuchar Radio España Independiente, que es la que más pongo junto con Radio París. Ésta lo hago por la noche y Radio España Independiente, por la tarde. Por lo visto se emite desde Francia y por eso dicen en la presentación lo de Estación Pirenaica. Es del Pecé, pero a mí no importa, aunque yo no sea de ese partido, que es reformista y paraliza las movilizaciones contra la dictadura. Yo soy de la Joven Guardia Roja, que es el grupo juvenil del Partido del Trabajo. Llevo poco tiempo militando y es el Partido donde están dos de mis hermanos. A uno de ellos lo detuvieron en septiembre y ha salido hace poco, unas semanas, de la cárcel de Valladolid. Mi padre ha tenido que pagar por ello 40.000 pesetas de fianza. El día que se murió Franco mi hermano se tuvo que ir de casa, porque estaba preparada la Operación Lucero y nos dijo que iban a detener a la gente, por lo que podía ser uno de ellos. Ha estado sólo unos días fuera, y mi padre y madre lo han entendido. Lo pasaron muy mal cuando lo de septiembre. Sobre todo mi padre, que se quedó acojonado y se cogió un cabreo grande. Mi madre estuvo más tranquila y era la que iba a visitarlo a la cárcel de Valladolid, acompañada de las otras madres, uno de los padres y alguna vez de mi hermano el mayor.

El día que fue la policía a casa era de madrugada, sobre las 7 de la mañana. Mi hermana llamó a mi hermano y le dijo “¡está aquí la policía!”. El pobre dio un salto y uno de los policías de la social, que luego me enteré que era el comisario y al que vi sólo su silueta oscura en la puerta desde mi cama, le dijo “venga, vamos, vístete rápido” con una voz ronca, de chulo. Yo, mientras tanto, me quedé quieto, callado y con mucho miedo, porque el día anterior había entrado en la Joven. Cuando se fueron cogimos la propaganda y algunos libros, quemamos unos papeles en el wáter y luego llevé carpetas y libros a la librería donde trabaja mi hermano el mayor, que escondimos detrás de los libros de la librería.

El otro día uno de los que también estuvo detenido me dejó más que sorprendido, porque vio mi carnet de identidad sobre la mesa y me dijo que esa foto se la sacaron en la comisaría. No sé por qué lo hicieron, si fue porque era hermano de mi hermano o porque alguien dijo algo, aunque sólo uno sabía que yo acababa de entrar. El caso es que me dejó preocupado.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

¡Vaya gentuza!

El jueves pasado el que fuera presidente de Extremadura, un tal Rodríguez Ibarra, se despachó en una tertulia de R1 diciendo lindezas como que el Sáhara era una tierra de nadie o que ya estaba cansado del inmovilismo de la población saharaui porque seguía defendiendo lo mismo que hace 35 años. El domingo la ministra de Cultura, la señora González Sinde, dijo que para hablar sobre el Sáhara lo mejor es callarse si no se es una persona experta, queriendo decir a sus compis del cine y la música, que se manifestaron contra la represión marroquí, que eran nada menos que ignorantes. Ese mismo fin de semana el señor Zapatero llamó al orden a los barones de su partido para que se mantuviera una posición única y sin fisuras en el asunto del Sáhara o, lo que es lo mismo, a favor de Marruecos, por aquello de la seguridad nacional. Él martes el vice primero y ministro del Interior, el señor Rubalcaba, encontró lo que necesitaba: las pruebas que aportó el gobierno marroquí sobre la violencia inusitada de la población saharaui, que asaltó a las fuerzas militares de su país, con palos y puñales, provocando una gran matanza. Y a esto hay que añadir el sarpullido de derechos que le ha salido a la dirigencia pepera, ahora defendiendo al Sáhara y hasta, por alguno, como el señor González Pons, manifestándose el domingo pasado en Madrid.

Los fantasmas que está resucitando el pepé

Es sabido que el pepé en Cataluña rasca poco. Tiene que competir con otra derecha, la catalana que representa ciu, y se queda corto en sus resultados electorales. Como en el resto del estado hace del anticatalanismo una fuente importante de votos, le resulta difícil hacer un discurso menos agresivo contra Cataluña. Quienes lo han intentado, han sentido la defenestración en el interior de su propio partido. Ahora tienen de lideresa a Alicia Sánchez Camacho, que está haciendo del racismo y la xenofobia el eje de su campaña. "Fuera inmigrantes..." es lo que va diciendo, disfrazado, eso sí, de la coletilla "... que no tienen trabajo", pero vinculando la inmigración a la delincuencia o el paro. Busca votos en aquellos sectores de la sociedad desesperados en medio de la crisis, a los que puede resultar fácil convencer. 

Lo que está haciendo el pepé es un experimento de cara a las próximas elecciones generales, lanzando ese mensaje que puede darle réditos para llegar de nuevo al poder. Es consciente de los límites que tiene: que sus buenos resultados en los sondeos se deben más a los problemas del pesoe que a sus propios méritos, que Rajoy es un líder poco valorado, que puede haber una orientación de voto antipepé... En Cataluña están buscando un nuevo yacimiento electoral, uno que hasta ahora no se había utilizado en España explícitamente, pero que va ganando terreno en Europa y más en este momento de crisis. 

Los fantasmas del racismo y la xenofobia han estado presentes a lo largo de los siglos. Han surgido cuando desde el poder se han buscado chivos expiatorios para alejar el peligro que se podía cernir contra quienes han tenido el poder. El episodio más dramático fue el vivido con el nazismo. No hay nada de nuevo. Sólo falta ver cómo se sucederán los acontecimientos.

martes, 16 de noviembre de 2010

El flamenco, patrimonio de la humanidad
































Poco sé del flamenco, excepto haberlo escuchado en vivo (Manuel Gerena, Camarón, El Lebrijano, Rancapino...) y más por audios. Uno de los primeros estudiosos de esa cultura fue Antonio Machado y Álvarez, padre del conocido poeta homónimo, que hizo en 1881 una recopilación académica bajo el título de Cantes flamencos. Quiso refutar una idea extendida en algunos círculos de la cultura elitista que consideraban al flamenco como algo menor y de la chusma gitana, como cuando se preguntaban cosas como ésta: "¿Para qué dedicar tanto esfuerzo para solamente hallar una perla entre un montón de desperdicios?". Menos mal que años después músicos como Sarasate o Falla lo introdujeron en sus obras.

El flamenco es una de tantas manifestaciones culturales surgidas en el seno de los pueblos sufrientes, como, por ejemplo, las han sido el jazz o el blues entre la población de origen esclavo de América del Norte. El flamenco es una música mestiza, donde se mezclan tradiciones fuertemente arraigadas entre los estratos más bajos de la sociedad andaluza, donde confluyen especialmente lo gitano y lo andalusí. Isidoro Moreno ha dicho de él que es "un producto cultural, modelado en un proceso histórico singular (...) que expresa la situación de las clases populares andaluzas -incluyendo en éstas a la minoría gitana- y sus anhelos, frustraciones, alienaciones y esperanzas". 

Hoy el flamenco ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, algo que supone un mayor reconocimiento universal de algo que ya tenía renombre y repercusión universales. Y como una muestra de la fascinación que ha tenido en personajes relevantes de la literatura, nada mejor que estos versos del poeta Federico García Lorca:

La guitarra,
hace llorar a los sueños.
El sollozo de las almas
perdidas,
se escapa por su boca
redonda.
Y como la tarántula
teje una gran estrella
para cazar suspiros,
que flotan en su negro
aljibe de madera. 

sábado, 13 de noviembre de 2010

Berlanga, contradicción en estado puro

Luis García Berlanga estuvo en la División Azul. Lo escuché hace muchos años de su propia voz en una entrevista de radio (¿en el programa "Así es la vida?", de Radio Nacional, que presentaba Ángel Aberasturi?). Lo justificó por la necesidad de salvar a su padre, republicano condenado a muerte. Serían principios de los años ochenta y por entonces ya había visto barias películas suyas: la primera fue Calabuch, que tanto me emocionó siendo niño, y luego la tan conocida Bienvenido, míster Marshall; las dos, en el cine del colegio de curas. Luego vinieron, más o menos por este orden, las que hizo en los setenta y principios de los ochenta: La escopeta Nacional, Tamaño natural, Patrimonio Nacional, El verdugo y Plácido. Todas o casi todas en los minicines Van Dyck, el principal refugio para películas en mi ciudad. Las "nacionales", como estrenos; Tamaño natural, donde dio rienda suelta a sus fantasías eróticas, como presentación en España años después de su estreno en Francia; y las otras dos, junto con Bienvenido, míster Marshall, tres de las cumbres del humor negro hecho durante la dictadura, en los ciclos que organizaban los propios minicines. Toda una gozada. 

Un poco más tarde pude ver La vaquilla, dedicada a la guerra civil, cuando ya conocía de Berlanga bastante como para poder tener una mejor perspectiva de su obra y poder comparar lo que hizo. Aunque entretenida y dentro de su estilo desenfadado, no me gustó la forma como trató la guerra. Años después dos conocidos míos, hermanos, se refirieron a esa película para ilustrar lo que para ellos había sido la guerra, basándose en los testimonios de su padre. Lo decían dos personas cuyo vástago tuvo que huir de un pueblo de la provincia de Cádiz por miedo a ser represaliado, fue soldado del ejército republicano y en 1939 fue encarcelado por ello. El mismo que no tuvo valor para contar a sus hijos lo que le pasó hasta junio de 1977, cuando tuvieron lugar las primeras elecciones después de cuatro décadas. El miedo que había interiorizado el viejo soldado republicano le llevó no sólo a callar y guardar su secreto incluso a su familia, sino a deformar lo ocurrido de la misma forma que Berlanga  nos ofreció en La vaquilla

El director de cine acaba de morir. Por eso le dedico este comentario. No he podido evitar su presencia en tierras de la antigua URSS, donde la División Azul, bajo la bandera del ejército nazi alemán, fue una muestra más de la  participación del régimen franquista en la Segunda Guerra Mundial. Berlanga, en una entrevista de 2007 hecha por Juan Cruz para El País, se refirió así a las razones que le llevaron a ir, con un tono dentro de su estilo desenfadado, casi distante y de apariencia neutra, que tanto le gustó en sus últimas películas: 

“Fui porque me lo pidió la familia, porque mi padre estaba con petición de pena de muerte. Pero en realidad lo que me motivó a ir fue una chica. Yo estaba enamorado de ella, creí que estando en la División Azul se quedaría prendada de mi valor; no me mandó ni una carta y se hizo novia de mi amigo más íntimo".

Sin embargo, en la misma entrevista tuvo que reconocer que la realidad era más cruda:

"No sirvió para nada ir a la División Azul. Para conseguir la conmutación de la muerte que recaía sobre mi padre hubo que pasar por el estraperlo de la muerte. Había dos personas, un médico de los ojos y una hermana suya, que cobraban ese estraperlo. Mi padre tenía una fábrica de electricidad y una finca. Lo vendimos todo y le salvamos la vida, pagando”. 

Así fue Berlanga. Capaz de películas sublimes. Y de sentirse liberal. Y de defender el erotismo como la salsa de la vida. Y de minimizar el horror de la guerra. Y de sentir simpatía añeja por la aristocracia decadente. Y de llegar a decir que quiso afiliarse al partido egoísta. Dueño de sus contradicciones. En estado puro.

Resplandor en la noche


Ese año la nochevieja la pasé en la montaña, en la Honfría, un paraje cercano a Linares de Riofrío en una de las estribaciones de la sierra de Francia que se acercan a los encinares de la penillanura charra. Allí estuvimos, en un refugio de montaña, a unos mil metros de altura, sin que nadie pasara y dejara fija su mirada pensando en la gente joven tan chalada que no dejaba de gritar, cantar y correr. Mil metros suficientes para tener como compañía permanente un frío que, no por intenso y menos porque fuera desagradable, lo percibimos en toda su dimensión como si fuera parte de nuestra piel y por tanto nada ajeno a nuestros cuerpos. Allí estuve con el amigo inseparable, el cómplice de las mil batallas, el confidente de las ocasiones perdidas; con su novia, casi siempre silenciosa; con el amigo impertérrito, contenido en palabras y ademanes; con la amiga que quería recuperar la sonrisa perdida en la soledad de la intemperie; y con el retoño de una flor que años después acabó marchita. Fue una de tantas escapadas a la montaña de varios días que solíamos hacer en las vacaciones de primavera, verano y otoño, y donde liberábamos al máximo nuestros ánimos para sentir el máximo de libertad dentro de nuestros propios límites.

Nunca habíamos salido en invierno, cuando el frío arrecia y los riesgos son mayores y el refugio fue la coartada, porque nos evitó llevar las frágiles tiendas de campaña que teníamos. Aun con eso y los sacos de dormir, tuvimos que recurrir a poner periódicos en el suelo como aislante del frío que penetraba por el cemento del suelo y que en el amanecer se hincaba como un puñal que nos hacía tiritar.
 
Ese año decidimos pasar allí la Nochevieja y allí la celebramos preparando la mejor de las comidas que podíamos, sin que faltara un dulce que no recuerdo cómo lo habíamos hecho, aunque sí que llevaba mermelada. Y no faltó el champán -del malo, por supuesto-, que descorchamos al aire libre y bebimos a morro, la manera más espontánea de demostrar la comunión de quienes allí estábamos. ¡Qué bella fue esa noche estrellada, una liturgia pagana de brindis y cantos con los que recibimos al nuevo año que llegaba, en medio del bosque de robles y castaños desnudos que hacían de testigos mudos de nuestra alegría y nos ofrecían una alfombra de hojas secas!
 
Los días transcurrieron con un eje vertebrador: la comida. Lo primero, el desayuno, que constaba de huevos, chorizo, morcilla y panceta que pasábamos sobre manteca de cerdo; el almuerzo se componía de algún arroz, hecho a base de los tropezones que encontrábamos, o de patatas fritas en la sartén, con más carne, como la panceta o el chorizo, y alguna lata de sardinas, pulpo o algo por el estilo; y para la cena, unas sopitas calentitas de las de sobre, con la compañía de nuevo de las viandas y las latas. Una apoteosis de las grasas y las calorías que nos llevaba a subirnos a los árboles y gritar con fuerza lo que en eso días era nuestro lema preferido: “¡Esto es vida y no la del cielo!”.
 
Y entre las comidas estaban los paseos, que podían parecer variaciones sobre un mismo tema, pero que resultaban bellos y divertidos: la Peña Chica, las Peñas del Agua y el Pico Cervero. El preferido, el paseo nocturno a la Peña Chica bajo la luz de la luna llena. Parecía que todo el monte era nuestro y que nadie osaba -o eso creíamos- quitárnoslo. La misma peña desde donde divisábamos por el día hacia el sur la sierra de las Quilamas, tupida de un color verde oscuro, casi negro al contraluz, que acentuaba los misterios de un tesoro enterrado desde tiempos de la morería.  
 
Entre los pocos dones que tengo, uno seguro que no es la capacidad para engatusar a la gente y hacerla partícipe de lo que digo o pienso.  Pero hete aquí que en uno de esos días me convertí en el causante de un miedo colectivo, que sin sentirlo por mi parte, transmití sin quererlo. Intentaré explicarme. Las noches las pasábamos junto al fuego, que hacía a la vez de la estufa necesaria para cortar el frío y de la argamasa para unir aún más nuestros sentimientos. Hablar de cualquier cosa, cantar, contar chistes o jugar a las cartas, bebiendo unos jaliguais de cocacola con ron, ginebra o güisqui y picando polvorones, turrones, cacahuetes o nueces, eran las rutinas con que llenábamos el tiempo hasta que el sueño nos atrapaba.
 
Y en una de esas veladas no se me ocurrió otra cosa que hacerles partícipes de la película El resplandor de Stanley Kubrick, que no hacía mucho había podido ver en el cine Taramona de la capital. Sin saber el resultado de lo que finalmente ocurrió esa noche, me dispuse a contar lo de la llegada de un escritor, acompañado de su mujer y de su hijo, a un hotel situado en los montes Apalaches, donde aprovechó el trabajo de vigilante para poder concluir una de sus obras. Y así les fui describiendo cómo en medio de un paraje imponente de bosques de coníferas y nieve, aislado del mundo, se fueron sucediendo situaciones cada vez más sorprendentes y terroríficas: los recuerdos de unos asesinatos cometidos años atrás, los poderes extraordinarios del hijo, el cada vez más cambiante carácter de Jack Nickolson y la trepidante sucesión de persecuciones que inició sobre su familia y el pobre cocinero que había acabado volviendo por allí.
 
Es cierto que en la Honfría no había nieve, pero sí un frío que pelaba por la noche. También es cierto que no había un bosque de coníferas gigantes como los que en América del Norte abundan tanto, pero no faltaban robles y castaños centenarios que, aunque fueran más bajitos, cubrían la oscuridad de la noche con sus mantos de tirabuzones. El caso es que la descripción maléfica que hice de Jack Nickolson con su hacha en la mano, su cara desencajada, su mirada asesina, su boca semiabierta por donde se asomaban unos dientes felinos o esa pierna herida que arrastraba mientras buscaba a sus corderitos para el sacrificio, todo eso, debió de llegar muy hondo a la mente de mis acompañantes. Las imágenes de los pasillos vacíos del hotel acabaron convirtiéndose en túneles interminables, como también se transformaron en un laberinto sin salida las calles que formaban los setos del jardín trenzados geométricamente. El fondo imaginario de los gritos agónicos de las víctimas y del resuello cortante del verdugo fueron la banda sonora de mi relato, y el cromatismo rojo de la sangre que se iba derramando acabó fundiéndose en el mismo color de la hoguera que nos calentaba.
 
Fue tal el miedo que les entró, que nadie osó salir del refugio para echar la última meadita de la noche. Las mujeres se quedaron con las ganas contenidas y los dos amigos sólo se atrevieron a lanzar sus efluvios por encima de la hoja inferior de la puerta. Y yo, en un acto que no sé si fue de chulería, salí como si nada al abrigo del aire de ese momento de la noche que precede a la helada y, mirando a las estrellas que se entreveían entre las ramas de los árboles, dejé que mi cuerpo se relajara mientras pensaba para mis adentros: “¿Por qué coño se habrán muerto de miedo?”.
 
Esa noche, mientras intentábamos conciliar el sueño y lanzábamos los últimos destellos de palabras, una frase se convirtió en la favorita de todas: “¡Que viene el leñador!”.    

viernes, 12 de noviembre de 2010

Simone de Beauvoir y la metáfora de los cuartos de baño

He acabado la lectura de Las bellas imágenes de Simone de Beauvoir (Barcelona, Edhasa, 1981). Curiosa recreación novelada de su famoso libro El segundo sexo. Bonita puesta en escena de la disección profunda de la realidad humana que hizo en 1949 a través del análisis de la milenaria sociedad patriarcal, donde la dominación masculina ha absorbido la existencia del otro sexo, el femenino, para convertirlo en su subalterno. La apuesta de Beauvoir por dar personalidad a las mujeres en igualdad con los varones queda reflejado en Las bellas imágenes en los intentos de su protagonista, la joven esposa y madre Laurence, por construir su propia personalidad, aun a riego de equivocarse, y sobre todo por dejar vía libre para que su hija pueda hacerlo sin las ataduras que le han acompañado a lo largo de su vida. 

Pero mi intención no es comentar la trama y los personajes de la novela que Beauvoir escribió en 1966, sino un aspecto de la misma, que tiene que ver con la visión que se tenía del futuro en la década de los sesenta del siglo pasado en un país de alto desarrollo económico como era Francia. 

En algunos pasajes de la obra la autora traza los rasgos de una ucronía en la que el optimismo social se impregnaba de los avances habidos en la ciencia y la técnica, que daban forma a un nuevo lenguaje universal, nuevos hábitos alimenticios, un nuevo modelo de relaciones entre los dos sexos e incluso una nueva cultura del trabajo. 

Este párrafo lo ilustra con claridad: 

Gracias a las proteínas sintéticas, a la anticoncepción, a la automatización, a la energía nuclear, podemos considerar que hacia 1990 se habrá instaurado la civilización de la abundancia y del descanso. La tierra ya no formará más que un solo mundo, hablando quizá -gracias a las traducciones automáticas- una lengua universal; los hombres comerán hasta el hartazgo, y no consagrarán al trabajo más que un tiempo ínfimo: quizás no conozcan el dolor ni la enfermedad (p. 77).

O este otro: 

¿Es que usted no sabe que en este momento la previsión del futuro se halla a punto de convertirse en una ciencia exacta? ¿Nunca ha oído hablar de la Rand Corporation?

-No.

-Es un organismo norteamericano dotado de recursos extraordinarios. Interroga a los especialistas de cada disciplina y hace un cálculo de probabilidades. Millares de sabios de todo el mundo participan en ese trabajo (p. 155).

Un cientifismo hecho a la medida de la clase dominante, la burguesía, que marcaba los límites en los cuales se actuaría:

-(...) Dentro de veinte años la mayoría no tendrá aún cuartos de baño (...).

-¿Y por qué no habrá cuartos de baño? - preguntó Thérèse Vuillenot.

-Las tuberías cuestan muy caras y eso haría subir el precio de las viviendas -dice Jean-Charles.

-¿Y si disminuyeran los beneficios?

-Querida, si los beneficios disminuyeran demasiado, a nadie le interesaría construir -dice Vuillenot (pp. 155-156).

Magnífica descripción de nuestros días hecha hace casi medio siglo. Sólo hay que cambiar los cuartos de baño por el bienestar colectivo. Metáfora de la realidad.  

miércoles, 10 de noviembre de 2010

La X

El pasado domingo pasado el diario El País publicó una entrevista a Felipe González, realizada por Juan José Millás, en la que el que fue jefe de gobierno entre 1982 y 1996 intentó justificar, con esa frialdad que le ha caracterizado siempre, su responsabilidad sobre la actuación de sus gobiernos en el asunto de los GAL.

He aquí algunas de sus palabras: 

"Es que eso no es verdad. Fue condenado un ministro como José Barrionuevo. Ninguno [de mis ministros, secretarios de estado y directores generales] estuvo implicado en ningún asesinato. Ninguno. En el secuestro de Segundo Marey..., es mentira".

"[Rodríguez Galindo] era un gran tipo. (...) De la mayor parte [de los delitos] de lo que le acusaron, y por lo que le condenaron, estoy seguro de que lo era. Estoy seguro. No tiene nada que ver porque al final la sentencia fue firme. Es verdad que no se respetaron las garantías, pero estoy seguro".

"Seguro que no [participó en los asesinatos de Lasa y Zabala]. Que ni participó ni dio la orden. Ahora te podría decir: pues no lo sé, y salvar mi responsabilidad. Pero es que estoy seguro. Las pruebas negativas no existen, pero estoy seguro de que Galindo no fue responsable de aquello".

"Respecto al secuestro de Marey, lo único en lo que los implicaron [a Vera y Barrionuevo] y por lo que fueron a la cárcel... Es que todavía hoy no se puede contar eso... A Segundo Marey lo salva la orden de Pepe Barrionuevo para que lo suelten cuando se entera de que está detenido...". 


Yo acuso...

... al rey Mohamed VI, al gobierno de Marruecos, a la oligarquía de ese país, a los gobiernos de Francia y de EEUU que los amparan y, por supuesto, al gobierno español que calla y que está permitiendo la masacre de la población saharaui, los asesinatos, los apaleamientos, las detenciones, las torturas, los saqueos de las casas...  

lunes, 8 de noviembre de 2010

Horror en El Aaiun

Me mandó ayer mi hermano Juan Miguel un correo con un comunicado de las asociaciones de solidaridad con el Sáhara Occidental advirtiendo de la
"inminente intervención militar marroquí en el campamento de protesta de El Aaiun". La intervención ya se ha realizado esta mañana y por ahora se ignora el número de personas muertas, heridas y detenidas, pero sí que ha habido numerosas víctimas y que el campamento  ha sido arrasado.

El gobierno marroquí tiene cerrada las fronteras con el Sáhara Occidental, impide que lleguen periodistas que molesten, reprime cualquier intento de obtener información y no ha dudado en expulsar a dos diputadas y un diputado del País Vasco. El europarlamentario de IU Willy Meyer ha tenido que regresar a Canarias tras haber permanecido retenido ayer en el aeropuerto de El Aaiun.

Las  protestas de la población saharaui no han parado desde hace semanas y ha ido en aumento el número de personas que se están movilizando contra la ocupación marroquí desde hace 35 años. 

El gobierno marroquí sigue incumpliendo el derecho internacional, las resoluciones de la ONU, que en todos los casos han sido favorables al pueblo saharaui, y las condenas de otros organismos internacionales. El gobierno español, por su parte, mira para otro lado, sin haber condenado ninguna de las actuaciones de Marruecos, ni siquiera cuando se ven involucradas personas de nacionalidad española. Y todo por una política de apaciguamiento que esconde miserables intereses económicos y geoestratégicos de las grandes potencias, mientras se violan sistemáticamente los más elementales derechos de las personas y los pueblos.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Er Papa

El Papa Benedicto XVI está de visita en nuestro país. Hoy en Santiago de Compostela y mañana en Barcelona. Es una visita polémica. Protestan las asociaciones laicistas y algunos partidos de izquierda, como IU, ERC... Lo hacen también grupos de cristianos de base y hasta víctimas de la pederastia de curas. No ha protestado el PSOE y menos el gobierno, que no quiere hacer de esto un motivo de confrontación con la derecha. Da la sensación de que el PP lo tiene bien cogidito por los cataplines. Está siendo también una visita cara, que costará algunas decenas de millones de euros a la Xunta, a la Generalitat y al gobierno central. El entusiasmo con que ha acogido la feligresía católica al Papa está siendo más bien frío, lejos de las que vivió su antecesor. Hasta se están vendiendo menos baratijas. Y esta mañana, en su llegada, Benedicto XVI ha dicho una frase clamorosa: "en España ha nacido una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo como se vio en la década de los años treinta". Y a uno, que no tiene ganas de discutir ni de pensar mucho, no se le ocurre otra cosa que hacer uso del gracejo andaluz: ¡ay, qué lizto ereh, mi arma!

    

viernes, 5 de noviembre de 2010

Una renuncia
























He leído hoy una noticia que, no por extraña, me merece la máxima admiración por quien la ha protagonizado. Santiago Sierra, artista español de renombre internacional, al que le han concedido el Premio Nacional de Artes Plásticas 2010, ha renunciado a recibirlo, incluyendo los 30.000 euros que le correspondían. ¿Las razones? Léanlas en la carta que dirige a ministra de Cultura. 

Estimada señora González-Sinde.

Agradezco mucho a los profesionales del arte que me recordasen y evaluasen en el modo en que lo han hecho. No obstante, y según mi opinión, los premios se conceden a quien ha realizado un servicio, como por ejemplo a un empleado del mes.

Es mi deseo manifestar en este momento que el arte me ha otorgado una libertad a la que no estoy dispuesto a renunciar. Consecuentemente, mi sentido común me obliga a rechazar este premio. Este premio instrumentaliza en beneficio del estado el prestigio del premiado. Un estado que pide a gritos legitimación ante un desacato sobre el mandato de trabajar por el bien común sin importar qué partido ocupe el puesto. Un estado que participa en guerras dementes alineado con un imperio criminal. Un estado que dona alegremente el dinero común a la banca. Un estado empeñado en el desmontaje del estado de bienestar en beneficio de una minoría internacional y local.

El estado no somos todos. El estado son ustedes y sus amigos. Por lo tanto, no me cuenten entre ellos, pues yo soy un artista serio. No señores, No, Global Tour.

¡Salud y libertad!