viernes, 25 de febrero de 2011

¿Ironías de la historia?

Me he enterado hoy que hace unas semanas se ha rechazado en la Universidad Autónoma de Barcelona el nombramiento como doctores honoris causa a los historiadores Jordi Nadal y Josep Fontana. Estoy sorprendido y mucho. Al parecer se han esgrimido como argumentos que no reúnen méritos suficientes para recibir tal distinción, lo que resulta contradictorio con unas trayectorias intelectuales que han tenido, además de su producción científica y labor docente, el haber estado entre los impulsores de la Universidad Autónoma de Barcelona. También se han hecho comentarios acerca de sus adscripciones políticas, siendo tachados de españolistas e incluso “marxistas españolistas”, algo que no deja de ser incongruente, dado que los dos profesores fueron decididos luchadores antifranquistas y defensores de los derechos históricos de Cataluña. No han faltado tampoco referencias a un posible castigo por el hecho de que los dos acabaran recalando a la Universidad Pompeu  Fabra. No está de más leer lo que han escrito al respecto Salvador López ArnalRicard Fernández.  

He indagado acerca de las razones que se han dado por quienes se han opuesto a tales nombramiento, pero no he encontrado nada, lo que me resulta, además de sorprendente, sospechoso. Pese a ello suscribo lo que se dice en un escrito firmado por numerosas personas del mundo académico y de la cultura que se ha publicado hoy mismo en Rebelión: “nos parece que negarse a reconocer la trayectoria y los méritos de los profesores Fontana y Nadal es un acto de miseria moral del que no podemos hacernos cómplices con nuestro silencio”.

Para mí los dos son de los historiadores que más me han marcado en mi modesta trayectoria vinculada al estudio, la enseñanza y la investigación históricas. A ellos me refiero explícitamente en mis clases de Historia de España y de ellos utilizo fragmentos de algunas de sus obras para intentar que el alumnado comprenda mejor sus entresijos.

De Fontana me resultaron imprescindibles libros como La quiebra de la monarquía absoluta o Cambio económico y actitudes políticas, de donde aprendí las claves de los primeros momentos de la revolución liberal en España y determinados aspectos del desarrollo histórico a lo largo del siglo XIX, donde su autor aúna las correlaciones existentes entre los cambios económicos y los políticos en contextos concretos. En el caso de Nadal, ¿quién no conoce El fracaso de la revolución industrial en España? Título polémico en sí, supuso un paso vigoroso en el análisis e interpretación del fenómeno de la revolución industrial en nuestro país, señalando las limitaciones que hubo en los inicios de ese proceso. Desde caminos distintos, los historiadores coincidieron en que una de las claves para entender el desarrollo histórico español estuvo en las dos grandes desamortizaciones agrarias del XIX, donde se conformó una estructura agraria desigual  territorialmente y muy polarizada en la mitad sur. Los dos historiadores fueron a su vez coautores del capítulo “España 1914-1970” de la Historia económica de Europa (6). Economías contemporáneas que coordinó Carlo M. Cipolla.

De Nadal también puedo referirme a La población española (siglos XVI al XX), una de las primeras obras en nuestro país dedicada al estudio de la demografía histórica. Por su parte, de Fontana son La historia, La historia después del fin de la historia y La historia de los hombres, propios del campo de la teoría de la historia o, si se quiere, de su epistemología. La primera fue un referente en España a finales de los setenta sobre las nuevas formas de enfocar el estudio de la historia, fuera de la tradición anquilosada heredada del franquismo; y la segunda, escrita al poco del fin de la Guerra Fría, una rica reflexión sobre los caminos más que diversos que estaba tomando la investigación histórica y, ante todo, un desmontaje del mito del fin de la historia que por entonces se propalaba.

¿Ironías del destino? ¿De la historia? ¿Ironías?


domingo, 20 de febrero de 2011

¡Vaya cruz la del nacional-catolicismo!

De niño, no recuerdo hasta cuándo, nos ponían en fila a lo largo de la galería del colegio mirando hacia la bandera roja y gualda, mientras cantábamos lo del “Cara el sol con la camisa nueva / que tu bordaste en rojo ayer”, para acabar gritando “¡España, una. España, grande. España, libre!”. Años después, ya adolescente y en el colegio de curas donde estudié el bachillerato elemental, una de las canciones a la que más se recurría en las misas era la que empezaba con los versos de “Juntos como hermanos, / miembros de la Iglesia, / vamos caminando / al encuentro del Señor”. Esta tarde la he vuelto a tararear mentalmente, como un acto reflejo, mientras leía una noticia sobre la irrupción de once mujeres en un acto de recuperación de la memoria de las víctimas del franquismo cantando las dos canciones.

El pueblo abulense de Candelada, en el corazón de la sierra de Gredos, se ha visto alterado por dos sucesos, con motivos distintos, pero relacionados, que hunden sus raíces en ese tiempo nebuloso que se resiste a clarear. En una fosa común del pueblo fueron enterrados el 8 de septiembre de 1936 siete cuerpos, sin que se sepa dónde pudieron enterrarse otros más. Y allí han permanecido hasta hace casi un  año, sepultados por la tierra levantada para ocultarlos y por la aún más pesada losa del olvido.

El deseo de recuperar la memoria de las víctimas, aprovechando el último suspiro de vida de quienes fueron testigos de esos años, llevó a que el pasado 15 de mayo se exhumaran los restos que había en la fosa, de los que en ese momento sólo se habían identificado los de cuatro personas. Julio Serapio Sánchez, con una edad cercana a los 90 años, fue testigo con apenas 12 de lo que ocurrió y gracias a él se ha podido llegar hasta allí.

En las actuaciones que le siguieron, el gobierno municipal, encabezado por un militante -¡ay!- del PSOE, no ha hecho más que poner impedimentos. Aunque aceptó que se levantara un mausoleo en el cementerio, se opuso a que aparecieran los colores de la bandera republicana, poniendo como justificación que sólo se levantara para “dignificar a las víctimas, siempre que no sea motivo de fricción”. Y hoy, cuando se procedía a su inauguración y en medio de la emoción de quienes, asistiendo, querían dar un poco de luz y color a la sombra del olvido, a once mujeres no se les ha ocurrido otra cosa que recurrir a los sones que teníamos que cantar durante los años del nacional-catolicismo.         

Producción de alimentos y crisis políticas

En 1991 Lester Brown advertía que la agricultura era el sector de la economía donde resultaba “más patente el contraste entre los indicadores económicos y ecológicos”. Ilustraba esa frase con datos sobre la producción de granos: si durante las décadas anteriores había habido un incremento sostenido e importante en todas las regiones del mundo, en los primeros años de la década de los ochenta esa tendencia se cortó, iniciándose un lento descenso en la producción per capita, variable según las regiones, que en 1990 aún se mantenía. Sólo África fue la excepción, pues fue en 1967 cuando vio paralizado su crecimiento. Para Brown la  espectacularidad de la subida en la producción de alimentos entre 1950 y 1984 estuvo claramente relacionada con el uso de los fertilizantes, que se multiplicó por nueve durante ese periodo. La explicación de lo que estaba ocurriendo las buscaba en los límites de la naturaleza, al haberse dado una sobreexplotación de las tierras, agravada por la extensión de las tierras de cultivo a zonas marginales menos productivas y en proceso de desertificación; y también de las aguas, lo que estaba ocasionando el descenso de los niveles en los acuíferos.

Acabando el siglo, el mismo autor concretaba aún más la advertencia hecha siete años antes: “escasez de alimentos: una señal de alarma”. Lo que en la década de los ochenta había señalado como un cambio de tendencia en la producción de alimentos en relación a las décadas precedentes, ahora lo aumentaba en grado con su calificación como alarma. El artículo de Brown estaba claramente relacionado con un mundo bastante distinto: de un lado, por el desplome de la URSS y los regímenes de los países europeo orientales; y de otro, por la entrada en escena de los llamados países en vías de desarrollo, un grupo de países emergentes dentro del modelo de crecimiento económico tradicional situados especialmente del Extremo Oriente y Latinoamérica.

El resultado de todo ello fue que durante la década de los noventa continuó el aumento de la demanda de alimentos, y más en concreto la de cereales, lo que estaba relacionado con una mayor diversificación de la dieta alimenticia desde la ingesta de las féculas de arroz, trigo o maíz tradicionales hacia la carne, los huevos o los productos lácteos. Lo que resultaba evidente era que se había planteado un nuevo reto: sólo en los países del Extremo Oriente y de la península del Indostán, salvo Japón, la población superaba los tres mil millones, siete veces superior a la que tenían EEUU y Europa occidental medio siglo antes cuando, tras la Segunda Guerra Mundial, dieron el salto hacia una dieta más diversificada y más rica en proteínas de origen animal.

El nuevo impulso en la producción de alimentos se basó en los países en vías de desarrollo en una combinación del uso creciente de fertilizantes y del cultivo de especies seleccionadas que se consideraban más productivas. Esa opción mostró, una vez más, sus límites inherentes, derivados de los que marcan el uso de fertilizantes en sí como de la sobreexplotación de la tierra y el agua. EEUU, por su parte, como una potencia agrícola orientada a la exportación de productos y simientes, recurrió a la explotación de tierras que había mantenido en reserva. Pero en esta ocasión surgió una novedad, desde el  momento que también los precios de los productos se mostraron como un nuevo límite: la demanda de alimentos empezó a superar claramente a la oferta. Si entre 1950 y 1993 los precios de los cereales principales bajaron en una media anual entre el 2 y el 4%, desde 1993 se dio una inversión de la tendencia. Durante la primavera de 1996 se duplicaron, lo que fue motivo para que Brown planteara como una posibilidad lo que podría ocurrir si esa subida se mantuviera prolongada: “podría generar tensiones económicas y políticas de una magnitud sin precedentes”.

En 2009, con motivo de la publicación en España del libro Salvar el planeta, Brown fue categórico sobre la situación en que se encuentra el planeta durante una entrevista: “Las tendencias medioambientales que hemos seguido las últimas décadas -deforestación, erosión del suelo, retracción de los glaciares, expansión de los desiertos, subida de los niveles de CO2- avanzan implacables”. Teniendo en cuenta que vamos hacia un “colapso total”, su propuesta no dejaba de ser menos categórica: “Hace falta una ‘movilización de guerra’ para transformar la economía y hacer frente al cambio climático”, rememorando así lo sucedido en 1941 cuando durante la presidencia de Roosevelt se reorientó el aparato productivo estadounidense para poder afrontar el esfuerzo de guerra contra Japón y Alemania.

Hace unos días Paul Krugman en su artículo “Sequías, inundaciones y alimentos”, ampliamente difundido en los medios de comunicación, ha intentado dar una explicación a la explosión política que se está viviendo en los países árabes. Para el premio Nobel de Economía estadounidense no resulta ajena la relación que hay entre la crisis alimentaria que se está viviendo, “la segunda en tres años”, con esos acontecimientos, dado que “los precios mundiales de los alimentos batieron un récord en enero, impulsados por los enormes aumentos de los precios del trigo, el maíz, el azúcar y los aceites”. Una explicación de la subida habría que buscarla en el calentamiento de la Tierra y las secuelas de sequías e inundaciones que está dejando en numerosos países. “Los records de temperatura no sólo se batieron en Rusia, sino en al menos 19 países, que representan una quinta parte de la superficie terrestre del planeta”, ha advertido Krugman, que también ha recordado la gravedad de otras situaciones recientes, como la sequía en Brasil o las inundaciones en Australia. 

Las noticias sobre lo que está ocurriendo parece que vuelan. Sería largo referirse detalladamente a ellas. No está de más nombra al Banco Mundial, una organización poco sospechosa, que acaba de informar que desde el verano pasado la subida del precio de los alimentos ha aumentado en 44 millones las personas que viven en la pobreza, advirtiendo del riesgo que corren varias decenas más.

El cambio climático es una realidad que se está mostrando no sólo en las imágenes que nos ofrecen las televisiones de ciudades anegadas por las lluvias, suelos agrietados por falta de agua e incluso personas sudorosas buscando cualquier lugar u ocasión para refrescarse. El propio Lester Brown matizaba el título de su libro diciendo que lo que estaba en peligro no es tanto el planeta como la especie humana. Cuando hace más de una década planteó los riesgos que podía conllevar la acción humana sobre la naturaleza como generadora de estallidos económicos y políticos, ahora  Krugman los ha puesto de manifiesto con motivo de las rebeliones políticas en los países árabes. 

Fidel Castro en un reciente artículo ha hecho una reflexión sobre lo que está ocurriendo en nuestros días y se ha referido ampliamente al artículo de Krugman. También ha recordado su intervención hace veinte años en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, donde advirtió que “nuestra especie estaba en peligro de extinción”. No le ha faltado tampoco referirse en su artículo, en lo que es algo más que una anécdota, a “la cara sonriente de Bush padre” y a “la monumental mole del Canciller alemán Helmut Kohl”, que “propiciaba la impresión de que nada podía perturbar el feliz sosiego de nuestro espléndido mundo”. Era el momento de la felicidad de quienes habían resultado vencedores de la Guerra Fría. Fue una victoria política que abrió las puertas a lo que empezó a llamarse globalización, la extensión por doquier de las políticas económicas neoliberales y la idea de una arcadia feliz que llevó a Francis Fukuyama a teorizar sobre el fin de la historia. Pero también fue el momento en que se estaba incubando lo que vendría después, lo que vivimos hoy y, quién sabe cómo, lo que puede ocurrir mañana. No está de más reflexionar sobre estas cosas.  


Publicaciones de referencia

Boix, Vicent (2011). Otra crisis alimentaria y al “Dios mercado” no hay quién le tosa, en Rebelión, 16 de febrero, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=122403 &titular=otra-crisis-alimentaria-y-al-%E2%80%9Cdios-mercado%E2%80%9D-no-hay-qui%C3%A9n-le-tosa-.
Brown, Lester R. (1991). Un  nuevo orden mundial, en Lester R. Brown (dir.), La situación en el mundo 1991. Un informe del Worldwacht Institute sobre el desarrollo y el medioambiente. Madrid, Apóstrofe, pp. 17-43.  
Brown, Lester R. (1998). El futuro del crecimiento, en Lester R. Brown, Christopher Flavin y Hilary French (dir.), La situación del mundo 1998. Informe anual del Worldwacht Institute sobre Medioambiente y Desarrollo. Barcelona, Icaria, pp. 23-53.  
Brown, Lester R. (2009). Salvar el planeta. Plan B: ecología para un mundo en peligro. Madrid, Paidós.
Castro, Fidel (2011). La Humanidad hay que empezar a salvarla ya, en Rebelión, 17 de febrero, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=122545. 
Fresneda, Carlos (2009). El mundo que viene. Lester Brown, en El Mundo, 28 de febrero, http://www.omau-malaga.com/subidas/archivos/arc_2070.pdf.
Fukuyama, Francis (1988). ¿El fin de la historia?, en www.cepchile.cl/dms/archivo_ 1052_1200/rev37_fukuyama.pdf
Krugman, Paul (2011). Sequías, inundaciones y alimentos, en El País, 13 de febrero, http://www.elpais.com/articulo/primer/plano/Sequias/inundaciones/ alimentos/elpepueconeg/20110213elpneglse_3/Tes.
ONG Plan Internacional (2011). La subida de los alimentos hunde en la pobreza a 44 millones más de personas, en Rebelión, 17 de febrero, http://www.rebelion.org /noticia.php?id=122573&titular=la-subida-de-los-alimentos-hunde-en-la-pobreza-a-44-millones-m%E1s-de-personas-. 

jueves, 17 de febrero de 2011

Me lo sigo preguntando

El documental dura poco más de 23 minutos y se titula "Piratas". Se puede ver también desde la página electrónica de Cuba Información. No tiene desperdicio. Profundiza en un asunto muy manipulado del que la opinión pública poco conoce. Después de que las potencias imperialistas, incluidas las otrora colonizadoras, hayan ahogado cualquier intento de soberanía real, Somalia, al que se incluye dentro de la categoría perversa de los estados fallidos, sufre una cruel explotación de sus recursos naturales, en especial los pesqueros, a la vez que sus aguas son objeto de descarga de material tóxico y radiactivo, que son a su vez causa de numerosas enfermedades y muertes entre la población que vive junto a la costa. Una crueldad en grado superlativo, clara muestra de los límites a los que está llegando la codicia de quienes sólo tienen como objetivo el enriquecimiento cueste lo que cueste y caiga quien caiga. En este contexto operan quienes, llamados piratas, defienden sus recursos. Ya me referí en otra ocasión a ellos con un artículo titulado "¿Quiénes son los piratas?" Y eso mismo me sigo preguntando.

Una masculinidad todavía no extinta

"No tardé en llegar a la conclusión de que los tan cacareados 'encantos femeninos' no son femeninos en absoluto, sino sólo un reflejo de la masculinidad, y que ellas los han desarrollado para darnos gusto, porque no tienen más remedio, sin que sean en absoluto esenciales para la auténtica plenitud de su gran función existencial". Así se expresa Jeff Margrave, uno de los protagonistas de la novela Dellas. Un mundo femenino, una obra de la escritora estadounidense Charlotte Perkins Gilman, publicada en 1915. Pudiendo ilustrar tantas cosas, viene como anillo al dedo sobre espectáculo que Silvio Berlusconi está protagonizando desde hace tiempo y que cuenta con la complicidad de quienes le protegen, imitan y justifican. Menos mal que los movimientos ciudadanos contrarios a ese modelo de masculinidad tradicional, la de "los hombres de verdad", van tomando más cuerpo y se van extendiendo. Pero que conste que nada de lo que hace, dice y defiende con orgullo sería posible si no fuera porque se siente respaldado social y políticamente. 

domingo, 13 de febrero de 2011

Que se haga, Koldo

Llevo leyendo artículos de Koldo Campos Sagaseta en Rebelión e Insurgente desde hace bastantes años. Es uno de sus colaboradores más prolíficos, cuyos artículos, en el caso del primero, aparecen con el antetítulo “Cronopiando”. Se trata de comentarios y reflexiones en general no extensas, pero muy agudas e interesantes con las que resulta, al menos en mi caso, fácil de coincidir. Pero no fue hasta ayer cuando, ignorante de mí, reparé en que he topado con un creador literario de importancia. Leyendo su artículo “Algo más sobre los derechos de autor”, publicado por Insurgente el viernes 11 de febrero, nos recuerda, al hilo de sus peripecias como autor literario, algunas de sus obras teatrales y especialmente dos de ellas que han alcanzado un éxito importante en Latinoamérica: ¡Hágase la mujer! y La verdadera historia del descubrimiento de América. La curiosidad y, algo más, el deseo por saber más de él me llevaron a buscar primero esas obras por la red, de la que él mismo nos informa generosamente que pueden descargarse, por ejemplo, desde la sección “Libros libres” de Rebelión. Localicé también su página electrónica cronopiando.com y diversas referencias a su vida, obra y andanzas, que se corresponden con una persona fascinante en vivencias y experiencias, producto de tantos años de recorrer el mundo y, en mayor medida, América Latina, donde ha vivido durante más de tres décadas. El año pasado la editorial Tiempo de Cerezas publicó una recopilación de sus poemas con el título Cronopiando en verso… y otras vainas, y que me he apresurado a comprar ya, online, entre otras cosas para que pueda ver recompensado materialmente su trabajo, lo que merece.

Pues bien, esta misma mañana he podido leer una de las obras antes referidas: ¡Hágase la mujer! Representada por primera vez en 1987 en la República Dominicana, no tiene desperdicio. Es una obra más bien corta, ordenada en un solo acto y protagonizada por cuatro personajes. Contiene la intensidad suficiente para desentrañar las claves de las relaciones de género construidas a lo largo del tiempo y de la ideología que las sustenta, sin que falte la rebeldía de una mujer que se resiste a ser dominada y, un final, corrosivo, cuando no revolucionario, desde el momento en que el hombre acaba diciendo que se va también del paraíso “donde todos los seres humanos sean iguales” y el propio Dios, desesperado, decide acompañarlos “hasta la puerta”. Un final que, en cierta medida, me recordó al que Gioconda Belli expone en su novela El infinito en la palma de la mano, cuando escribe que “sabrán que el único Paraíso donde es real la existencia es aquel donde posean la libertad y el conocimiento”.

Koldo Campos Sagaseta se ha referido a sí mismo en varias ocasiones, quizás de una forma provocadora, que por sus circunstancias familiares ahora trabaja como “ama de casa”, dada su dedicación principal al cuidado del hogar y de sus dos hijas pequeñas.  Eso sí, a la espera de que “como autor aspiro a vivir (no necesito piscina privada) de lo que escribo”. 

sábado, 12 de febrero de 2011

Una marcha reivindicativa






























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En las primeras semanas de 1976 Salamanca conoció una gran efervescencia política y social, con varios frentes abiertos. Destacaron las importantes movilizaciones relacionadas con la fábrica nuclear de Juzbado, que coincidieron con la conflictividad permanente que vivía la Universidad y también, ya en febrero, con la huelga de los trabajadores de la construcción de la ciudad, que protagonizaron por  primera vez un conflicto. Ya en marzo y abril tuvieron lugar, respectivamente, los conflictos relacionados con  las muertes de Vitoria y las movilizaciones por la amnistía. Fueron unos meses de convulsos que en el conjunto del estado supusieron el momento de mayor conflictividad política, laboral y académica de la Transición. Estaba relacionada con el creciente proceso de oposición al gobierno de Arias Navarro  formado tras la muerte de Franco, un gobierno que tenía como intención iniciar un proceso de reforma del régimen con la incorporación de ministros de talante más aperturista, como Manuel Fraga, Joaquín Garrigues o José Mª de Areilza.

De todas las movilizaciones habidas en Salamanca, la que tuvo un carácter provincial y específico fue la de la fábrica de combustible nuclear que se había proyectado para el término municipal de Juzbado. La oposición a su construcción había dado lugar a una extensa red social y política que trascendió los ámbitos típicos de la oposición al régimen. La Junta Democrática y otros grupos de oposición, asociaciones vecinales y personas de diversa procedencia, como los catedráticos José Luis Martín, Pedro Galán o Marcelo Vigil y hasta algunos empresarios de la provincia, mostraron su rechazo a la fábrica. El conflicto tuvo una amplia dimensión ciudadana que llegó a abarcar también a las poblaciones de numerosos pueblos, incluidos numerosos alcaldes de la comarca de Ledesma. Quizás estos factores fueran los que pesaran para que las autoridades decidieran que las fuerzas de orden público no intervinieran con dureza en las movilizaciones convocadas, algo infrecuente en esos años.

La comisión ciudadana formada hizo públicas las reivindicaciones, realizó formalmente la convocatoria de movilizaciones y llegó a entrevistarse con el gobernador civil. Las calles de Salamanca se llenaron de papeles de propaganda y pegatinas buscando la concienciación de la población y la participación en las movilizaciones. El domingo 15 de febrero se organizó una marcha a pie desde la capital al pueblo de Juzbado, un recorrido que estuvo salpicado por las tensiones derivadas de la presión permanente de la policía armada y de la guardia civil, que se hicieron visibles con gestos y objetos intimidatorios. La marcha tuvo como penúltima etapa la concentración desde el pueblo contiguo de Almenara, donde se unieron más personas llegadas en coches. Finalmente en la llamada campa de Juzbado se acabaron concentrando miles de personas, donde intervinieron representantes de varios colectivos, incluido el alcalde del pueblo.

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El domingo estuve en la marcha a Juzbado. Se ha montado una movida muy grande con la fábrica nuclear que quieren poner en ese pueblo. Hay mucha gente en contra y los partidos políticos de la oposición democrática se han opuesto a que se construya. Se ha formado una comisión ciudadana, que está organizando muchas cosas, haciendo panfletos, escribiendo en los periódicos... Hay catedráticos de la Universidad que están moviéndose mucho, como José Luis Martín, que es de Historia y pertenece como independiente a la Junta Democrática, o Pedro Galán, que es de Física. Dicen que el dinero lo está poniendo el dueño de la fábrica de leche La Narra, porque la fábrica perjudica a las vacas de los ganaderos que le suministran la leche. Se ha hecho una pegatina redonda que se ha puesto por todos los sitios donde está escrito “Salamanca Nuclear no”. También se ha hecho otra igual transparente para ponerla en los cristales de los coches. Se por todos los sitios.

Salimos temprano desde la Puerta Zamora y los grises no pararon de acosarnos. Detuvieron a varios, como siempre. Tuvimos que meternos por calles pequeñas, saliéndonos del recorrido previsto, y al final nos juntamos en la salida de los Pizarrales. Desde la carretera, mirando hacia atrás, pudimos ver a los grises en la parte alta de la colina del barrio, porque no pueden salir de la ciudad, al no ser de su competencia. Íbamos como doscientos o trescientos en fila y pronto empezaron a pasar jeeps de la guardia civil y algunos coches normales que seguro que eran de la social. Íbamos cantando y gritando consignas y cuando atravesamos los pueblos lo hacíamos más fuerte. Por Villamayor, Zorita o Valverdón…  Yo estuve todo el rato con Pedro y nos lo pasamos muy bien. Mi hermano y otros del Partido estuvieron todo el rato de un lado para otro, repartiendo propaganda y avisándonos cuando había peligro. El Partido y la Joven están trabajando mucho en lo de Juzbado y hemos estado bastantes en la marcha del domingo.

Paramos a comer en Almenara, a unos 18 kilómetros, donde estaban los guardias civiles esperándonos. Nos obligaron rodear por las calles del pueblo y llegamos a un prado donde habíamos quedado para comer. Pese a ello no dejamos de gritar consignas. Hubo una anécdota muy buena cuando uno que llevaba barbas se topó de pronto con un guardia civil gritando “¡El pueblo unido, jamás será vencido!” y para disimular no se le ocurrió otra cosa que empezar a decir “¡Hala Unión!”. Cambió el puño por las palmas. No dejamos de reírnos un buen rato. Otra anécdota sucedió al poco, nada más llegar a un prado de las afueras del pueblo donde teníamos que comer. Mientras lo hacíamos, uno de Liberación se subió a una piedra grande, uno de esos berruecos de granito de los que hay tantos por ahí, y gritó con fuerza: “¡Compañeros, a socializar la comida!”. Pedro y yo nos sonreímos, mientras dábamos cumplida cuenta de los bocadillos.

Cuando acabamos de comer se fue uniendo más gente y cuando reanudamos la marcha para hacer los seis kilómetros que quedaban para llegar a Juzbado, más todavía. Ya éramos centenares o quizás más de un millar. El ambiente fue aumentando hasta que llegamos al destino, donde había mucha más gente esperando, que había llegado de la ciudad y los pueblos de los alrededores en coches. Nos juntamos en la campa, que estaba verde, y allí estuvimos sentados escuchando a los que intervinieron, mientras cantábamos, gritábamos y aplaudíamos. Habló Zorita, un obrero de la construcción de Comisiones Obreras, que tenía una mano vendada. Aunque estaba un poco nervioso, me quedé sorprendido de su valentía. También habló Del Amo, maestro, que vivió en las calles situadas más abajo de la mía. El que más aplausos recibió fue el alcalde del pueblo, que llevaba un traje verdoso oscuro y tenía en su mano derecha la vara de mando. 

La vuelta ya no la hicimos andando todo el rato. Como había muchos coches, pasados unos kilómetros nos recogió a Pedro y a mí uno, y nos trajo a la ciudad. Pedro me dijo que iba a escribir una crónica de la jornada. Dice que le gustaría ser periodista. Cuando llegué a casa estaba muy cansado. A mí mi padre no me dijo nada, pero a mi hermano le riñó. Suavemente, la verdad. Le dijo que si no había pensado que tiene una fianza de mucho dinero y que la puede perder si le vuelven a detener. Mi hermano no contestó. La cosa quedó ahí.     

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Al día siguiente de la marcha, ya en la capital, tuvo lugar una manifestación multitudinaria bajo el lema “No a la trampa nuclear”, con un recorrido entre la Plaza Mayor y la sede del Gobierno Civil en la Gran Vía. La comisión ciudadana entregó al gobernador las peticiones. La presencia de militantes del PTE y de la JGR fue muy activa en todas esas acciones, tanto en  la preparación y  desarrollo, como en el reparto de propaganda.

No sé si Pedro ha escrito la crónica. No me ha dicho nada. Yo ya la he  acabado.

viernes, 11 de febrero de 2011

Hipocresía

Hasta ayer fue recibido, agasajado, defendido, protegido, financiado, requerido, reconocido, felicitado... Hoy, quienes participaron de ello, están aplicando el dicho de "si te he visto, no me acuerdo". Millones de personas en las calles empujaron día tras día para que se fuera. ¿Desaparecerá su sombra? ¿Qué ocurrirá con quienes le apoyaron? 

sábado, 5 de febrero de 2011

Una historia de amor

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En 1895 Edith Lanchester y James Sullivan, militantes socialistas en Battlesea, una localidad del entorno de Londres, tomaron la decisión de convivir libremente, fuera de la institución matrimonial. Ella era una joven instruida de una familia acomodada y él un obrero autodidacta de origen irlandés. Todo un cúmulo de ingredientes que llevaron a la familia Lanchester a intentar disuadirla de sus intenciones. Para ello contó con la complicidad de George Fielding Blandford, un afamado y respetado médico especialista en enfermedades mentales, autor del libro La locura y su tratamiento. Él mismo acompañó al padre y a dos de sus hijos cuando fueron a visitar a Edith un día antes de que pudiera poner en práctica su deseo de iniciar la convivencia con James.

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-Mira, Edith –intervino el doctor Blandford, intentando aportar una dosis de racionalidad fatua a una situación que se tornaba cada vez más difícil-, la decisión que has tomado no está acorde con lo que se espera de ti. ¿Te imaginas a ti misma con un hijo de un hombre que, quién sabe, puede acabar abandonándote después de haber obtenido de ti la más preciada virtud de la que disponéis las mujeres? ¿Te imaginas el dolor de tu propia familia, afligida por el mal causado y llevando a cuestas la cruz de la vergüenza? Pretender establecer una unión de amor libre con un joven que no es de tu condición no sólo sería para ti y para tu familia la ruina total, sino que, para serte más sincero, supondría un verdadero suicidio social. Nadie perdonaría a tu padre si no actuase como lo está haciendo ahora, que además, sabes bien, obra con la mejor de las intenciones. Ni yo mismo me perdonaría si dejara que un asunto como el que nos ha traído aquí, acabara siendo una mancha en el prestigio que me he ido ganando a lo largo de muchos años de duro trabajo. Entra en razón, mujer, que no te falta nada para que puedas encontrar un hombre que te haga feliz sin que tengas que mancillar el honor de tu familia.

-Lo que realmente resulta inmoral es el matrimonio mismo –arguyó Edith con poco entusiasmo, consciente de que se enfrentaba a un muro insalvable de incomprensión-. Lejos de proteger cualquier tipo de honor, nos condena a las mujeres de por vida. Si yo aceptara casarme, aunque fuera el propio James quien me lo pidiera, acabaría perdiendo mi independencia.

-¿Cómo puedes decir eso? –replicó el doctor-. ¿Acaso no eres consciente, como te dije antes, que puedas ser abandonada por ese hombre y quedarte sola con tus hijos? ¿Crees que de esa manera conseguirías tener la independencia de la que hablas?

-No va a ser así, doctor Blandford. Dudo que James lo hiciera, pero en última instancia sería yo quien tomara esa decisión.

La rotunda negativa a admitir semejantes agravios contra su dignidad fue la espoleta que llevó a mister Lanchester y sus dos hijos a coger por la fuerza a Edith, atándola de pies y manos y arrastrándola hasta el coche de caballos que esperaba en la puerta para llevarla a la Priory Institution, un lúgubre asilo privado donde habían planeado encerrarla en tanto no desistiera de su actitud. Les asistía la Lunacy act, una ley infame aprobada hacía medio siglo, mediante la cual una persona podía ser recluida por la fuerza si la familia lo decidía y tenía la conformidad de un médico. El doctor Blandford estampó su firma en un documento que certificaba la locura de Edith, como respuesta a una conducta que su entorno había sentenciado como descarriada. Lejos de avergonzarse por su atrevimiento a la hora de justificar médicamente la decisión de encerrarla, llegó a manifestar que “los mítines y escritos socialistas habían trastornado su cerebro”.

La pronta reacción de James Sullivan y el apoyo que tuvo de su gente resultaron ser, sin embargo, la tabla de salvación de Edith. Aprovechando una modificación de la Lunacy act introducida cinco años antes, presentaron un recurso ante una comisión de apelación que tenía un máximo de siete días para resolverla. También airearon el caso en la prensa, haciendo que se abriera un verdadero debate en la opinión pública. Al cabo de cinco días la comisión dictaminó que Edith era una mujer con el pleno uso de sus facultades mentales, aunque con un añadido: estaba “equivocada”. Un resultado justo y una acotación que, pudiendo parecer que establecía una equidistancia entre una parte y otra, dejaba huella de una moral que fenecía.

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Edith Lanchester y James Sullivan fueron protagonistas, muy a su pesar, de un caso que pudo terminar dramáticamente. Su tesón y rebeldía y la complicidad de tantas personas que pusieron su aliento por una causa digna resultaron ser el germen de su triunfo. Edith tenía en contra su condición de mujer, de la que se le exigía sumisión hacia la autoridad paterna y respeto a una moral estricta y timorata. También pesaba como una losa su pertenencia a una clase social distinta a la de su compañero, que reunía los estigmas de obrero, socialista e irlandés. El miedo a que la repercusión del caso en la opinión pública alcanzara cotas mayores permitió que se abrieran las puertas de ese infierno al que la habían condenado en vida. Su familia siempre tuvo la convicción de que estaba realmente loca, el subterfugio utilizado para justificar lo que consideraban una traición.

No todo fue tan fácil. Hubo líderes socialistas que, dando muestras de prejuicios patriarcales heredados y un complejo de clase cobarde, se pronunciaron en contra de la postura de la familia Lanchester, pero juzgaron poco apropiado el comportamiento de la pareja por perjudicial para el prestigio del socialismo. Pese a todo, la convivencia libremente aceptada de Edith y James acabó durando cincuenta años. Esta vez el designio de los dioses y las ataduras fijadas secularmente en las mentes de la gente no pudieron separarlos. Su amor sigue perdurando, como perdura en cuantas personas lo entienden como proyección propia y hacia las demás. Que descansen, pues, para siempre.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Cosas de niños











































El otro día lo vi. Es la  viva imagen de su padre. La nube del tiempo ha dejado atrás a su progenitor, un humilde oficinista de provincias, dando paso a un maduro y exitoso ejecutivo. Fue una casualidad encontrarlo, pero las nuevas autopistas nos permiten deambular por sitios que otrora no se habían imaginado. Tres décadas después pude contemplar su fotografía y leer su currículo brillante. Una formación que, tras su paso por la universidad, le llevó a un máster en el Instituto de Empresa y, con el tiempo, a la dirección financiera de empresas.   


Fue un amigo de la infancia hasta la primera adolescencia. Pertenecía al grupo de amigos de lo que llamábamos la Avenida. Nos veíamos diariamente para jugar, menos los domingos, que eran los días guardar hasta en eso. La calle era nuestro hábitat natural desde que salíamos a las seis de la tarde del colegio hasta que nos recogíamos unas dos horas después, cuando ya era de noche y frío en invierno, aunque en ocasiones aprovechábamos al medio día un hueco antes de comer. El fútbol era nuestra religión, que intercalábamos con juegos de invierno y noche, como el dao, el escondite, pico zorro y zaina, guardias y ladrones, el dólar o la rueda del tío repique, y juegos de día y de rotación estacional, como la peonza, el clavo, las bolas o los platillos. Los sábados por la tarde y las vacaciones eran la apoteosis de la diversión, pues nos permitían salir de nuestro territorio hacia otros, casi siempre del campo más próximo, como la Cagalona, la Platina, el regato los Olleros, la feria de muestras y tantos otros.

Como niños nos peleábamos de vez cuando, lo que conllevaba a veces la sentencia condenatoria del “ya no te ajunto”. Con él siempre tuve una rivalidad especial, por lo que solíamos discutir mucho, que aumentó cuando empezamos a estudiar juntos el bachillerato elemental en el mismo colegio de curas. Él era un año menor que yo, que había empezado a estudiar primero con once añitos. Él presumía de ser más inteligente que yo, que lo era, seguro, pero yo me hacía el fuerte porque donde sólo me superaba con claridad era en los números: en matemáticas y, en tercero y cuarto, en física y química. Por eso acabó haciendo el bachillerato superior de ciencias, mientras que yo lo hice de letras, que, al fin y al cabo, era lo que más me gustaba y mejor se me daban. Él tenía también habilidad por el dibujo, aunque un poco ñoña y de escasa creatividad. Nunca entendió las matrículas de honor que me dio don José María, que en paz descanse, en dibujo y en trabajos manuales de primero. Amante yo del cromatismo, el cura-profesor se quedó sorprendido por los colores vivos que aplicaba en los trabajos que nos mandaba hacer. Eso nunca me lo perdonó el amigo, que, sin embargo, pudo recuperar la autoestima en el curso siguiente cuando otro profesor, de cuyo nombre no logro acordarme, puso en su sitio el orden de las notas en esas asignaturas.

Un caso especial fue la música. En el colegio recibíamos las mismas horas de clase de gimnasia y música, lo que nos permitió una formación modesta en el solfeo. Si bien mi amigo nunca logró superarme, al poner yo con nueves y dieces muy alto el listón de las notas, nunca desistió en querer demostrar que tenía mejor voz, que al menos era más blanca que la mía. 

Donde mi pobre amigo nunca logró superarme fue en la actividad física. Sin ser yo un portento en las disciplinas básicas, tenía habilidad por los deportes colectivos, en especial el fútbol, el baloncesto y el balonvolea, que eran los que practicábamos en el colegio. En fútbol dominaba todas las demarcaciones y siempre tuve en la portería, quizás para mi desgracia, el puesto que me llevó más lejos.

Poco a poco la relación se fue distanciando, sobre todo porque la calle dejó de ser atractiva para mí, receloso de los juegos que me parecían ya infantiles. Recuerdo que él me propuso formar un grupo para salir, que era el término con que designábamos entonces el primer paso para la emancipación hacia la madurez, antesala de los guateques, las discotecas, las rondas de cañas y el contacto con las chicas. No sé por qué lo rechacé. Quizás una mezcla del resquemor de esa rivalidad y del deseo por mi parte de hacer cosas menos convencionales. Pero el caso es que lo hice. Con dieciséis años me fui del colegio para irme al instituto, mientras él se quedó. Coincidió cuando murió su padre. Dejamos prácticamente de vernos y más cuando se fue a otra ciudad a estudiar la carrera universitaria.

Nunca más supe de él hasta el otro día en que vi su fotografía. Atrás quedaron sus preferencias por la URSS en las competiciones deportivas, sin saber por qué razón, cuando yo aún me emocionaba con el himno y la bandera barrada de los EEUU. ¿Será él quien lo haga ahora?    

No era eso, compañeros, no era eso

El pasado 16 de enero publicó el diario Gara (reproducida en Rebelión) una entrevista a Miren Etxezarreta, catedrática emérita de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona, en la que acertó de pleno sobre lo que días después, el 28 de enero, acabaron pactando CCOO y UGT con el gobierno y la CEOE sobre las pensiones, y que hoy, 2 de febrero, han rubricado en un Pacto Social y Económico global: “El objetivo fundamental es clarísimo: disminuir las pensiones. Si no lo hacen por un lado, será por otro. Lo de subir de 65 a 67 años es el “engañabobos”, pero es más grave tener que cotizar 41 años, o que aumenten de 15 a 25 años el cómputo para calcular la pensión; o que suban de 15 a 18 años cotizados para tener derecho a una pensión. Ahora, si tienes 14,5 años cotizados no tienes derecho a pensión, si pasan de 15 a 18 años se complicará para mucha gente. Tienen una serie de fichas-objetivo y las van sacando y jugando como más les conviene a nivel político. Sacan unas y esconden otras, pero al final las emplearán todas”.

Sus argumentos coinciden con los que Vicenç Navarro o Juan Torres, entre muchos más economistas relevantes, no han dejado de esgrimir reiteradamente. Miren Etxezarreta apunta a un poder económico que, no estando oculto, pasa desapercibido para la mayoría de la gente: “Nos dijeron que el sistema público quebraría con el cambio de siglo, etc. Son fallos garrafales. En el fondo de todo esto hay una operación de largo alcance del sistema financiero. Piensa que los grandes fondos de pensiones son el primer inversor del mundo. De todos los flujos de capitales que hay rondando por todo el mundo, representan el 22%. Mucho mayor que cualquier otro. Se juegan mucho”.

Son unas duras acusaciones contra quienes controlan la economía mundial o quienes desde los gobiernos de los países siguen sus dictados, pero también  contra unos sindicatos que han caído en la trampa de firmar un acuerdo regresivo. Sobre esto último Miren Etxezarreta sostiene que no se trata de algo nuevo, sino que tiene una trayectoria de años atrás, cuando con la firma el Pacto de Toledo en 1995 aceptaron el discurso de los poderes económicos de que existe un peligro sobre el futuro del pago de las pensiones públicas: “Han asumido que las pensiones públicas están en peligro. Si fuera verdad, el complemento de las pensiones podría ser público también. En Catalunya una parte del aumento de salarios de los funcionarios va a fondos privados y no puedes renunciar. BBVA, con CCOO y UGT, tiene montada una empresa para gestionar las pensiones privadas. Lo justifican diciendo que si están es mejor, porque controlan ese tema. Pero eso les da un montón de dinero. Si ellos creen lo que dicen, es que están mal asesorados, y si no lo creen, es mucho más grave todavía. Qué capacidad van a tener frente a BBVA, si ni el BBVA la tiene”.

En la revista El viejo topo de este mes Salvador López Arnal nos ofrece en su sección "A sangre fría" unos datos que resultan tremendamente reveladores de todo lo que estamos viendo: el importe del ahorro en la congelación de las pensiones públicas para este año se elevará a 1.500 millones de euros, mientras que lo que el estado ha dejado de percibir en 2010 por las reducciones derivadas de las pensiones privadas han sido 1.443 millones de euros. A esto último hay que añadir los beneficios directos que la banca ha obtenido.

Juan Torres ha publicado en su blog Ganas de escribir el artículo Un gran error de UGT y Comisiones Obreras, en el que analiza sucinta y, para mí, acertadamente las razones por las que considera que la firma por los sindicatos del pacto es un grave error, con una dimensión múltiple. Nos dice, en primer lugar, que “es un recorte de derechos de los trabajadores”. A continuación expone que UGT y CCOO han entrado en el juego del doble razonamiento falso que se viene utilizando para justificar las medidas tomadas sobre el sistema público de pensiones: su insostenibilidad a largo plazo, algo que nadie ha demostrado rigurosamente; y que sólo se puede actuar reduciendo los gastos y no aumentando los ingresos. En tercer lugar, le parece una equivocación decir que se trata de una solución positiva a la crisis de las pensiones y para la salida de la crisis económica general, “algo que nunca van a entender los trabajadores que sean mínimamente conscientes de que con él [el pacto], como es evidente, van a tener menos pensiones y menos cuantiosas”. Abundando en lo que supone la pérdida de credibilidad de esos sindicatos, añade que el cambio de postura que ha tenido sobre lo que meses antes estaban defendiendo ha dado la imagen de que “es posible extorsionarlos y todo el mundo sabe que quien acepta un chantaje termina por aceptar, como le está pasando al gobierno, todos los que vengan detrás y eso, lejos de fortalecerlos, los va a debilitar aún más”. Por último, Juan Torres critica que los sindicatos no hayan intentado “siquiera hacerle frente” al gobierno, lo que “ha frustrado a sus propias bases y a los trabajadores que confiaban en ellos para no perder más derechos”.

Habrá que recordar, una vez más, aquellos versos de Lluís Llach, cuando allá por 1978 advertía con su canto a quienes se estaban dejando engullir por la tela de araña de la reforma política: "No era això, companys, no era això". Lo que nos espera, si no tomamos la decisión colectiva de rechazar semejante agresión.