sábado, 11 de junio de 2011

Decir, hacer, ser...


He estado recordando la novela La conquista del aire, de Belén Lopegui, y su adaptación como película Las razones de mis amigos, a cargo de Gerardo Herrero como director y Ángeles González-Sinde como guionista. Conjugando el título de este comentario en otro tiempo verbal, las dos obras reflejan lo que decimos, lo que hacemos, lo que somos. Ésa es la secuencia de nuestra vida, de nuestras vidas. A lo largo de los años, dentro de los distintos ámbitos sociales donde desarrollamos nuestra existencia, individualmente y en relación a lo que nos rodea, decimos lo que somos, nos definimos y hasta lo aireamos. Nos adscribimos a un universo determinado, de mayor o menor dimensión, en el que nos resulta más cómodo vivir o que nos resulta más atractivo. Creencias, ideas políticas o gustos artísticos se explicitan, en mayor o menor grado, como una reafirmación de lo que creemos ser. Nos definimos así como creyentes de una religión o increyentes, de derechas o de izquierdas en lo político, e incluso adherentes de una o varias tendencias concretas como socialistas, liberales, ecologistas, comunistas, democristianos, feministas… Con frecuencia nos esforzamos para que sea visible, incluso pregonándolo en positivo, sobredimensionando las bondades de lo que somos y defendemos. Eso decimos y pensamos, pero podemos actuar de distintas maneras. Lo que hacemos muchas veces está en concordancia con lo que decimos y pensamos. Pero en otras tantas no hay relación, cumpliéndose así el conocido refrán “del dicho al hecho hay un trecho”. Coherencia e incoherencia. Esta situación es, si se quiere, la más humana. Es donde damos la medida, consciente o inconsciente, de nuestra propia existencia. Donde resolvemos en cada situación concreta el dilema entre nuestra propia consideración de lo que somos y lo que decidimos hacer para vivir. Puede ser un momento de dudas, aunque tampoco tenemos por qué sentirlas. Aquí es donde el ecosistema social empuja con todas sus fuerzas y nos obliga a tomar decisiones, importantes o no, pero que en su conjunto nos obligan a seguir definiéndonos a la par que seguir actuando. Hay quienes explícitamente evolucionan, pudiendo poner en concordancia lo nuevo que dicen ser con lo que hacen. Pero no faltan quienes siguen diciendo que no han cambiado, pese a que hacen algo distinto, si no opuesto, de lo que dicen. Es el momento en que el ecosistema social nos condiciona con tal virulencia, que acaba trastocando, si no todo, muchas cosas y a mucha gente. La contradicción entre autopercepción colectiva, y también individual, que tenemos de las cosas, de la vida o del mundo, concordante o no con lo que hacemos, es la ideología. Marx la definió como una falsa conciencia. Y lo es en la medida en que lo más frecuente es que exista un gran desfase entre las proclamas que manifestamos y las acciones que llevamos a cabo. El resultado de toda esta enorme contradicción en la que vivimos acaba siendo lo que realmente somos.