sábado, 4 de junio de 2011

A vueltas con Franco y el franquismo

Ha surgido de nuevo la polémica en torno a Franco y el régimen franquista. Ahora, relacionada con la salida a la luz del Diccionario Biográfico Español de la Academia de la Historia. Estoy siguiendo la polémica, pero no me había atrevido hasta ahora a escribir algo, entre otras cosas porque no he podido acceder a su consulta directa. Aunque ganas no me han faltado, hoy he decidido recurrir a un artículo mío publicado en septiembre de 1998 en el número 29 de Debate Ciudadano de Barbate con el título "A vueltas con Franco y el franquismo". El motivo de entonces tuvo su origen en la polémica surgida en Italia ese mismo año con la publicación de un libro, prologado por el senador Sergio Romano, donde aparecían los recuerdos de dos ex combatientes italianos de la Guerra Civil española que lucharon en bando opuestos. Lo que Romano planteaba (al margen de su consideración de que hubo dos guerras en el bando republicano: una, antifascista, hasta 1937, y la otra, anticomunista) era de hecho una revisión de las interpretaciones históricas acerca del carácter antidemocrático de los sublevados de 1936 y del régimen implantado tras la guerra, llegando a minimizar dicho régimen. La polémica tuvo su vertiente en nuestro país, donde llegó a publicarse en 1999 el libro La Guerra Civil: ¿dos o tres Españas? (Barcelona, Áltera), que conservaba el título original, aunque con el añadido de un artículo de Paul Preston. Desde entonces hasta ahora han pasado 13 años y sabemos cada vez sobre lo ocurrido, en especial del carácter represivo que tuvo. He aquí, pues, el artículo.


Franco murió hace casi 23 años, pero su figura y su régimen son motivo en estos meses de un debate en Italia. Niegan algunos en este país (los Romano, Montanelli...) que Franco y su régimen fueran fascistas, a la vez que los presentan como la primera muestra de contención del comunismo y minimizan los costes humanos habidos. Tesis, desde luego, nada original, pues fue la preferida por los sublevados contra la IIª República al poco de empezar la guerra civil, y perfeccionada y oficializada sobre todo desde 1945, cuando el propio Franco y sus más fieles, temerosos ante la victoria de los aliados en la guerra mundial, se aprestaron a lavar la cara del régimen, eliminando los saludos fascistas que hasta los obispos habían hecho uso, dejando a los falangistas en un lugar menos visible o aprobando un Fuero de los Españoles a modo de pseudoconstitución. A todas estas opiniones, ideas o argumentaciones se podría contestar en una doble dirección. Una, relacionada con lo que sabemos desde la investigación histórica, que no es poco. Sabemos que los distintos sectores del régimen, de su reparto de tareas (militares, en la represión y seguridad; falangistas, en los sindicatos; carlistas, en la justicia; católicos, en la educación...) y de su evolución en relación a las circunstancias históricas (mayor presencia falangista hasta 1945, nacional-catolicismo siguiente y protagonismo de los tecnócratas del Opus desde 1959). Sabemos de la habilidad de Franco para neutralizar las familias entre sí y utilizarlas según el momento con el fin de prolongar su poder y su régimen, pero también sabemos de las dificultades por las que pasó en los primeros años con los militares sobrevivientes de mayor graduación (Kindelán, Orgaz, Varela, etc., que le eligieron generalísimo en 1936, pero no dictador perpetuo) y sobre todo cuando al acabar la guerra mundial sufrió un aislamiento internacional que fue superado en 1951 cuando los EEUU vieron en el régimen un aliado barato frente a la URSS (recuérdense, si no, las cuatro bases militares que se instalaron en nuestro suelo, incluidas las de suelo andaluz de Rota y Morón). Sabemos del papel que jugaron los monárquicos alfonsinos, engañados unos  pocos por una restauración que no llegaba, pero oportunistas en su mayoría, que no dudaron en obtener puestos y prebendas mientras con la boca chica o en vacaciones se acordaban de un don Juan instalado en Estoril y se encargaban de educar como príncipe y sucesor de Franco a su hijo Juan Carlos. Sabemos de la responsabilidad de la iglesia católica, parte del mismo régimen, al que legitimó desde el principio de la guerra, y del que al menos en sus postrimerías empezó a desprenderse. Sabemos, en fin, quiénes fueron los grandes beneficiarios, quienes, partiendo de la recuperación de la hegemonía social y económica por parte de la vieja oligarquía de terratenientes, banqueros y grandes industriales (amenazada durante los años de la República), fueron incrementándose con los años mediante las aportaciones de las nuevas capas de ricos (falangistas, estraperlistas, opusdeístas), provechosos de la sempiterna corrupción, y que culminaron en los años del desarrollismo de los 60. ¿Y quiénes fueron los perdedores? Entramos así en el segundo de los dos caminos apuntados en esta explicación. Descafeinar al dictador y su régimen resulta insultante para quienes los sufrieron. Recuerda a quienes minimizan, e incluso llegan a negar, el holocausto cometido por los nazis. ¿Qué pueden decir las personas fusiladas, encarceladas, torturadas, depuradas, exiliadas o humilladas después de acabada la guerra en 1939 por el delito de ser rojas o familiares? ¿Qué pueden decir las personas que desde el principio arriesgaron su vida para ayudar a compañeros o familiares, o combatir al régimen? ¿Qué pueden decir quienes no habiendo vivido la guerra se fueron sumando a la lucha por restablecer las libertades y la democracia desde su puesto de trabajo o lugar de estudio? ¿Qué dirían las personas muertas que se llevaron a la tumba el horror y el sufrimiento? Sabemos bastante de la política de represión y de venganza desarrollada durante los primeros años, pero falta saber más. Falta mucho por saber de la represión de los años intermedios y últimos del régimen, represión que, aunque no era la terrorífica de la postguerra, siguió existiendo durante la agonía de Franco en el otoño de 1975. Y es que hay opiniones que, por falsas, duelen mucho.

(Septiembre de 1998).