domingo, 24 de julio de 2011

¿Coincidencia, hecho aislado, síntoma o algo más?

Fue militante del Partido del Progreso, un grupo de corte populista que hace de la lucha contra la inmigración uno de los ejes de su programa. A través de internet se ha declarado noruego de pura cepa, cristiano, simpatizante nazi y defensor del estado de Israel. Ha alertado de los peligros del islam y del marxismo. Para él la inmigración, formada principalmente por musulmanes, es la vía de penetración de un cuerpo extraño en Europa; y el partido laborista y, por extensión, los grupos que tienen alguna vinculación con el marxismo en su país y en otros países, son los principales cómplices de esa invasión por mantener el principio del multiculturalismo.

Hace más de ocho décadas Hitler escribió en Mein Kamf lo siguiente: "La mezcla de sangre y el menoscabo del nivel racial que le es inherente constituyen la única y exclusiva razón del hundimiento de antiguas civilizaciones". Es cierto que en su ideología racista Hitler se centró en el antisemitismo, pero no sólo en él, como años después se demostró cuando aplicó su política de exterminio de otras razas inferiores, en especial la eslava. El racismo y el resto de las ideologías desigualitarias se basan en el principio de superioridad de un colectivo sobre otros. Sea la raza, la clase, el género, la nación, la religión o lo que sea, es frecuente que vayan asociadas. No pertenecen en exclusiva a un continente o a un momento de la historia. Su concreción no es estática espacial y temporalmente. Los principales imperios han sintetizado mejor esos rasgos, de ahí que hayan ido adquiriendo formas diversas en sus manifestaciones, siempre con el nexo común de reflejar la superioridad de una clase social dentro de un territorio para justificar como sea su expansión. Con el nazismo fue recurrente centrar sus iras contra el judaísmo, acusado de ser el enemigo interior, y el marxismo, por sus conexiones con el anterior, su vocación internacionalista y, ante todo, su objetivo de una sociedad igualitaria.

En nuestros días estas ideologías de la superioridad han adquirido formas distintas y sólo sus elementos resultan intercambiables. ¿Qué significado tiene si no la teoría del choque de las civilizaciones que expuso hace casi dos décadas Samuel Huntington? Hoy está muy extendida en círculos conservadores occidentales la defensa de unos valores donde el neoliberalismo económico y el integrismo religioso cristiano son sus pilares principales. Fue la alianza que triunfó electoralmente en EEUU durante la presidencia de George Bush jr. y que ha llevado al mundo al mayor nivel de violencia desde la Segunda Guerra Mundial. Es la misma alianza que defiende con un grado mayor de extremismo el Tea Party y la que defienden numerosos grupos políticos de extrema derecha a lo largo y ancho de Europa con mayor o menor presencia electoral. Y también la misma que está llevando a otros grupos políticos a asumir parte de sus postulados y tomar decisiones sobre ellos. ¿O no son de esa naturaleza, por poner dos ejemplos, la reciente decisión del gobierno español de limitar la inmigración rumana o la que el gobierno francés tomó hace casi un año sobre la expulsión de romaníes?

Hoy el elemento antisemita ha desaparecido del discurso racista occidental dominante. Lo normal es que haya sido sustituido por el elemento islamófobo y es frecuente la asociación del discurso racista con la defensa a ultranza del estado de Israel. En lo que puede ser una paradoja, quienes pertenecen a la herencia política e ideológica que ayer alimentó el antisemitismo, hoy dan certificados de buena conducta acerca de un estado racista, que lo es doctrinariamente en su constitución y en la práctica por su política de segregación y exterminio controlado de la población palestina. Y en esa paradoja, desde el discurso más conservador occidental se acusa de racistas a quienes defienden los derechos del pueblo palestino. ¿Por qué? Porque, coherente con la islamofobia, el pueblo palestino forma parte del otro mundo, mientras que el estado de Israel encarnaría ahora la esencia de la civilización occidental en Oriente Próximo. Cambian, pues, los elementos, pero no la esencia. 

¿Qué es lo que ha hecho el cruzado noruego? Por supuesto, matar a sangre fría a alrededor de un centenar de personas, en su mayoría miembros del las juventudes del partido laborista. Hacerlo simbólicamente contra el movimiento político que en su país es uno de los caballos de Troya que ponen en peligro la civilización occidental. Aunque resulte contradictorio, pues el laborista no deja de ser un partido del sistema, que desde el gobierno está participando incluso en la guerra de Afganistán, se trata de un partido que defiende una política crítica con el estado de Israel, que es partidario del reconocimiento de un estado palestino y que, presionado por la Liga Juvenil de Trabajadores, también está tomando medidas de boicot al gobierno israelí. Durante la acampada de las juventudes laboristas el ministro de Asuntos Exteriores defendió esa política y se comprometió a seguir desarrollándola. Sobre todo esto recomiendo la lectura del artículo "Noruega e Israel" de la profesora Mª José Lera y el traductor Ricardo García Pérez y que hoy ha publicado Rebelión. Entre otras cosas, interesantes y preocupantes, en el mismo se hace referencia a un comunicado de 2010 de la embajada israelí alertando del peligro que se deriva de la política aplicada por el gobierno escandinavo: "Noruega se ha convertido en una superpotencia en lo que se refiere a exportar material multimedia orientado a deslegitimar a Israel mientras emplea el dinero de los contribuyentes noruegos a producir y difundir esos materiales".

¿Es todo una pura coincidencia? ¿Es sólo un hecho aislado obra de un loco?  ¿Es un síntoma del mundo que vivimos? ¿Hay algo más profundo en lo ocurrido?