domingo, 10 de julio de 2011

Un excelente lanzador de faltas


























































En el partido decisivo que pudo habernos encumbrado a la cima de la
  competición provincial, dentro de un campo encharcado por todos los lados que hacía casi impracticable el juego, el defensa central de mi equipo me lanzó hacia atrás un balón que tuvo la mala suerte de frenarse en uno de los charcos, lo que permitió que el delantero del equipo contrario aprovechara para marcar el gol del empate. En la tanda de penaltis mis pies se agarraron tanto a un barro que parecía chicle, que no pude amarrar ninguno de los cinco disparos que, alternantes a los nuestros, me fueron lanzando. Se acabó así nuestro sueño.

Cinco años antes habíamos llegado al colegio en el inicio del  Bachillerato. Éramos casi vecinos, aunque no cultivamos la amistad más allá de nuestras coincidencias en el equipo de fútbol del colegio y en algunas ocasiones que jugábamos en la cocina de su casa partidas de ping pong y que tenían como premio las ricas galletas campurrianas que su madre nos daba generosamente. Él procedía de la capital del Ebro, aunque tuvo que recalar con su familia por motivos laborales a la capital del Tormes. Ese origen se le notaba en el acento y con frecuencia nos dirigíamos a él con el apelativo propio de los lugareños de esa región. En el equipo del colegio él jugaba de defensa central. Tenía un disparo largo, más que potente, que le permitió ser un estupendo lanzador de faltas desde lejos. Los porteros, faltos de altura, no podían hacer frente a los balones que les llegaban entre los tres palos. Pero en lo que más destacó fue en los estudios, en los que obtenía excelentes resultados. Y tanto, que se fijaron en él los rastreadores del Opus Dei y acabaron llevándoselo a la tierra elegida por su fundador para la formación de sus cuadros en honor de elitismo y santidad.

La última vez que lo vi fue por 1977 o 1978 en la Plaza Mayor. Fue una conversación corta, en cierta medida distante, que no pasó del intercambio de información sobre nuestros respectivos estudios y su comentario breve, no sé si socarrón, acerca del grupo político al que pertenecía yo, pues en ese momento me encontraba en el puesto que instalábamos los domingos ofreciendo prensa, folletos, pegatinas e imagen. Años después pude escuchar su voz como comentarista de los resúmenes de los partidos de fútbol que el equipo rojillo, como le gustaba decir, jugaba en el antiguo Sadar. El otro día supe que es el director de la televisión pública estatal en la tierra que le acogió. He podido leer, en palabras suyas, que su nombramiento se debió a su profesionalidad y no a su condición política, pues presume que a lo largo de su carrera no ha dado motivos para que se sepa a qué partido ha votado.