viernes, 6 de abril de 2012

¿Es Günter Grass antisemita?

El pasado día 4 El País reprodujo el poema “Lo que hay que decir” de Günter Grass (la traducción en castellano fue hecha por Miguel Sáenz), que fue publicado simultáneamente en el diario alemán Süddeutsche Zeitung. La consecuencia ha sido una nueva polémica contra el escritor alemán, esta vez bajo la acusación de antisemitismo. Grass ha declarado que su intención ha sido denunciar una situación política del escenario internacional que le parece más que grave y que el poema ha sido sólo la forma de plasmarla. De la lectura detenida del poema sólo se desprende una crítica muy dura hacia las potencias occidentales y el estado de Israel por su amenaza  creciente contra Irán y el trato que recibe la población palestina. En ningún momento se puede hablar que tenga un carácter antisemita, salvo que se entienda que el estado israelí sea intocable y que cualquier crítica que se le haga sea considerada como antisemitismo.

El motivo que ha llevado a Grass a hacer la denuncia ha sido la decisión del gobierno alemán de seguir vendiendo armamento a Israel: “va a entregar a Israel otro submarino cuya especialidad / es dirigir ojivas aniquiladoras”. Habla de hipocresía, porque el motivo que se ha esgrimido contra Irán es que dispone de tecnología nuclear y se sospecha, sin ninguna prueba, que pueda haber fabricado una bomba nuclear, cuando Israel es ya una potencia nuclear en la región. Grass también critica muy duramente, sin nombrarlos, a los gobiernos israelíes, cuya política de agresión contra la población palestina lleva causando tantas víctimas. No es precisamente el escritor alemán un enemigo de Israel, al que llama país y al que dedica en su poema palabras cariñosas: “al que estoy unido / y quiero seguir estándolo”. Considera que su denuncia es una forma de evitar que esa parte del mundo siga “ocupada por la demencia”, mostrándose sensible con el drama en que se encuentran inmersos israelíes y palestinos, que “viven enemistados codo con codo”. Lo que pretende, en fin, es ayudar a esos dos pueblos “y en definitiva también ayudarnos”.

Aun con todo, lo mejor es leer el poema.

Lo que hay que decir

Por qué guardo silencio, demasiado tiempo
sobre lo que es manifiesto y se utilizaba
en juegos de guerra a cuyo final, supervivientes,
solo acabamos como notas a pie de página.
Es el supuesto derecho a un ataque preventivo
el que podría exterminar al pueblo iraní,
subyugado y conducido al júbilo organizado
por un fanfarrón,
porque en su jurisdicción se sospecha
la fabricación de una bomba atómica.
Pero ¿por qué me prohíbo nombrar
a ese otro país en el que
desde hace años —aunque mantenido en secreto—
se dispone de un creciente potencial nuclear,
fuera de control, ya que
es inaccesible a toda inspección?
El silencio general sobre ese hecho,
al que se ha sometido mi propio silencio,
lo siento como gravosa mentira
y coacción que amenaza castigar
en cuanto no se respeta;
“antisemitismo” se llama la condena.
Ahora, sin embargo, porque mi país,
alcanzado y llamado a capítulo una y otra vez
por crímenes muy propios
sin parangón alguno,
de nuevo y de forma rutinaria, aunque
enseguida calificada de reparación,
va a entregar a Israel otro submarino cuya especialidad
es dirigir ojivas aniquiladoras
hacia donde no se ha probado
la existencia de una sola bomba,
aunque se quiera aportar como prueba el temor...
digo lo que hay que decir.
¿Por qué he callado hasta ahora?
Porque creía que mi origen,
marcado por un estigma imborrable,
me prohibía atribuir ese hecho, como evidente,
al país de Israel, al que estoy unido
y quiero seguir estándolo.
¿Por qué solo ahora lo digo,
envejecido y con mi última tinta:
Israel, potencia nuclear, pone en peligro
una paz mundial ya de por sí quebradiza?
Porque hay que decir
lo que mañana podría ser demasiado tarde,
y porque —suficientemente incriminados como alemanes—
podríamos ser cómplices de un crimen
que es previsible, por lo que nuestra parte de culpa
no podría extinguirse
con ninguna de las excusas habituales.
Lo admito: no sigo callando
porque estoy harto
de la hipocresía de Occidente; cabe esperar además
que muchos se liberen del silencio, exijan
al causante de ese peligro visible que renuncie
al uso de la fuerza e insistan también
en que los gobiernos de ambos países permitan
el control permanente y sin trabas
por una instancia internacional
del potencial nuclear israelí
y de las instalaciones nucleares iraníes.
Solo así podremos ayudar a todos, israelíes y palestinos,
más aún, a todos los seres humanos que en esa región
ocupada por la demencia
viven enemistados codo con codo,
odiándose mutuamente,
y en definitiva también ayudarnos.