miércoles, 14 de noviembre de 2012

La Alpujarra en otoño

























Al Busherat (tierra de pastos), Abuxarra (tierra de indomables), Albuxarrat (sierra blanca), Alp Sarrat (sierra alta)... Términos árabes, en su mayoría, y alguno hasta prerromano, sin que sepamos realmente cuál es su significado primigenio, aunque parezca que todos tienen sentido. En todo caso se trata de un territorio montañoso, de fuertes pendientes y escalón meridional anterior a las elevadas cumbres de Sierra Nevada, donde el Veleta y el Mulhacén apenas asoman para dejarse ver. Alimento de ríos como el más caudaloso Guafalfeo y el Andarax, y de afluentes como el Poqueira y el Trevélez. Un espacio donde se puede contemplar simultánea y sucesivamente, sin cesar, el cielo azul y encapotado, las nubes que te coronan, las que ascienden a bocanadas o las que dejas a tus pies.  

La Alpujarra es un lugar donde se funden, en un sincretismo varias veces milenario, la naturaleza agreste y el esfuerzo humano por adaptarse. Sobre la roca pizarrosa grisácea se asienta una alfombra verde de árboles, arbustos y hierbas que hacia las cumbres se torna en el blanco de las nieves perpetuas. El agua constituye la fuente de la vida, fluyendo por doquier entre valles y barrancos, a veces amansada en las acequias que surten las huertas, los prados y las viviendas. Naturaleza en estado puro y creación humana en formas singulares. Bancales, parvas de aventeo, prados, albercas y acequias, donde se asientan castaños, viñas, almendros, naranjos, nogales, huertas legumbres y cereales, por donde pululan cabras, vacas, cerdos, caballos, perros, gatos y hasta abejas. Casas cúbicas entrelazadas y escalonadas a la vez, con sus balcones, tinaos y cubiertas grises de launa, y coronadas por chimeneas. Casas encaladas y salpicadas de colores que tiznan con sus flores buganvillas, geranios, hortensias o margaritas, las jarapas que recubren puertas y ventanas, y hasta los pimientos rojos que se secan al sol.

Fue escenario de la última revuelta morisca, ocurrida entre 1568 y 1569, que tuvo en Válor su capital efímera y en Aben Umeya su líder. La revuelta de unas gentes que en su mezcla de lo más primitivo y lo bereber habían formado lo mozárabe, lo mudéjar y lo morisco, para dar paso tras su derrota a otras nuevas que, procedentes del norte, volvieron a ser atrapadas en ese micromundo. Desde hace algunas décadas han ido llegando otras, esta vez buscado un lugar donde sentir que el paso del tiempo pueda tornarse más lento. Fue Gerald Brenan su pionero. Su obra Al sur de Granada abrió al mundo ese escenario a través de una prosa magistral.

Es otoño una estación bella. En la Alpujarra adquiere un encanto propio. Lo pude sentir hace unos días en la luz, la lluvia, los olores, los colores y hasta en el mar de nubes que se posaba como una alfombra bajo nuestros pies.