jueves, 6 de diciembre de 2012

La curva libre y sensual de Oscar Niemeyer

Ha fallecido Oscar Niemeyer, el gran arquitecto brasileño cuya obra ha quedado ligada para siempre a Brasilia, la novísima capital que empezó a construirse en 1956 en el corazón de la selva amazónica bajo la dirección urbanística de Lucio Costa. En ella Niemeyer dejó su huella a través de la Catedral, el Congreso Nacional, el presidencial Palacio de Alvorada, el gubernamental Palacio de Planalto o el Museo Nacional. Otras ciudades brasileñas acogen edificios de renombre. En Bello Horizonte, donde se inició en la profesión, se encuentra el complejo de Pampulha; en Río de Janeiro, el Museo de Arte Moderno; en Curitiba, el Museo Oscar Niemeyer... Muchas de sus obras se encuentran repartidas por distintas partes del mundo. Fue uno de los arquitectos que participaron en el diseño del edificio de las Naciones Unidades en Nueva York. Es autor de la sede en París del Partido Comunista Francés. También de la Universidad de Constantina en Argelia. En España, y más concretamente en Avilés, se asienta el Centro Cultural Internacional que lleva su propio nombre y que diseñó con la intención de que fuera "una plaza abierta a todo el mundo, un lugar para la educación, la cultura y la paz". Cuba dispone en su capital, La Habana, de una escultura que él diseñó y dedicada a la resistencia del pueblo cubano frente al bloqueo impuesto por los distintos gobiernos de Estados Unidos.

Y es que Niemeyer no ha sido un arquitecto cualquiera. Atrevido en sus formas, se inspiró en su maestro Le Corbusier para hacer del hormigón, el acero y el vidrio algo más que meras formas funcionales. Alejado de la rigidez de la línea recta y el ángulo recto, hizo de las líneas curvas un reflejo de la naturaleza y hasta del cuerpo humano. En ellas vio las montañas, las olas del mar, la sinuosidad de los ríos o la sensualidad del cuerpo femenino. Por eso su edificios nos ofrecen la armonía de lo cóncavo y lo convexo, de lo vertical y lo horizontal, de la luz y de la sombra... Atrevido también en lo político, fue militante comunista desde joven. Pese a su longevidad, casi punto de cumplir los 105 años, nunca abandonó ni su partido ni menos sus ideas. Anheló la fraternidad universal, que la vio incompatible con el egoísmo del capitalismo. En cierta ocasión dijo que "si la miseria se multiplica y la oscuridad nos envuelve, ahí vale la pena encender una luz y arriesgar". Eso fue su vida, un atrevimiento permanente, y la curva, la metáfora perfecta de la vida.