martes, 30 de abril de 2013

Accawen, Shawen, Xauen, Chauen...












































Hay muchas formas de llamarla. Del rifeño Accawen, cuya traducción sería "los cuernos" (por los picos que la coronan, han derivado Shifshawen, en una mezcla de árabe y rifeño; Shawen 
(الشاون), en la forma abreviada que utiliza la gente del lugar; Xauen, la castellanización de lo anterior durante la presencia colonial española; Chaouen, en francés; Chauen, forma abreviada de ese idioma; Chefchaouen, en su denominación oficial. Se trata de un viejo asentamiento que ganó importancia en el siglo XV, cuando la conquista castellana del reino nazarí de Granada acabó con el último reducto de Al Ándalus y forzó de nuevo la salida de parte de su población. A ella se unió la población sefardí expulsada en 1492. Y también los habitantes de las ciudades costeras norteafricanas que sufrían las incursiones portuguesas y castellanas. No faltó la población morisca que acabó huyendo por no soportar la presión cristiano-castellana a lo largo del siglo XVI. Todo un cúmulo de situaciones que hicieron de Shawen una ciudad sincrética, donde se fueron mezclando el sustrato rifeño-bereber del entorno, la expansión cultural de lo árabe-musulmán y la llegada sucesiva de población procedente de la Península Ibérica. Esto último es lo que quizás le haya dado ese carácter sui generis, esa idiosincrasia que la hace parecida a pueblos y ciudades de Andalucía donde la huella árabe-musulmana sigue presente. Basta haber paseado por las sierras de Cádiz, Málaga, Granada y Almería para sentirlo. Si a todo esto le unimos el pasado geológico común existente entre las montañas del Rif y de la Penibética, visitar Shawen resulta hacerlo a un mundo con enormes coincidencias. Pasear por sus calles de la medina es sumergirse en un mar de blancos y azules que ponen fondo a los otros colores que aportan las plantas, las gentes, los animales, las viviendas, las alfombras... Es hacerlo por una sucesión de cuestas, escaleras, recovecos, pasajes, soportales, patios, arcos, pilones... Las casas nos ofrecen en el exterior sus puertas, ventanas y tejados que se adornan con tejaroces, alfices, rejas, arquillos ciegos, formas caladas, cornisas... Junto a los faroles artesanales hay un enredo de cables y soportes que acaba fundiéndose en el paisaje urbano. El trasiego de gente con chilabas y caftanes es continuo. Hay hombres que se atavían con tarbushs y mujeres que lo hacen con fulares que tapan su cabello y, a veces, su cara. Los zocos intensifican las sensaciones. Las plazas las expanden. Los hornos, los baños y los telares las particularizan. Quienes visitamos Shawen parece que nos transportamos al pasado. Pero también es presente.