domingo, 23 de junio de 2013

La encrucijada brasileña

Sigo con atención lo que está ocurriendo en Brasil. Conozco las reivindicaciones de quienes se manifiestan. Las respuestas, a su vez, del poder político. Duras, de fuerte represión. Conozco también la trayectoria de ese país durante los últimos años, en especial desde el acceso a la presidencia del Partido de los Trabajadores en las figuras de Lula da Silva, primero, y Dilma Roussef, ahora. Soy consciente de las contradicciones existentes. Grandes contradicciones. En la calle y en el gobierno. En las alianzas parlamentarias y en el propio gobierno. Entre manifestantes de izquierda y nacionalistas de derecha. En las reivindicaciones, la mayoría llenas de sentido, como la bajada del precio del transporte o la mejora de la sanidad y la educación. Todo el país está enfrascado en un debate acerca de los enormes gastos destinados a los eventos deportivos del mundial de fútbol 2014 y los juegos olímpicos de 2016. No en vano dos futbolistas simbolizan en parte lo que está ocurriendo: Pelé, que llama a la calma, y Romario, que se pone del lado de la gente que se manifiesta. Hasta los miembros de la selección mandan mensajes de apoyo a través de las redes sociales. Pero en la calle se grita "Brasil, despierta, un profesor vale más que Neymar". Todo es contradicción.   

En Brasil hay una coexistencia entre la burguesía brasileña, beneficiaria del enorme crecimiento económico, y la dirigencia del PT, que busca la ampliación de los derechos sociales de amplios sectores sociales. Existe también una política internacional que, sin romper con los EEUU, mantiene la suficiente autonomía en las alianzas progresistas dentro de América Latina y pertenecer al grupo de potencias emergentes conocido como BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). No falta la enorme decepción de sectores sociales y políticos que esperaban más del PT en el gobierno. Sin olvidar el malestar de los sectores sociales y políticos conservadores, desmarcados de la nueva realidad y deseosos de recuperar el poder y la influencia perdida. 

Desde el primer momento me vino a la memoria la situación española en los años 80 y principios de los 90. Con matices, claro. El PSOE dominando la vida política, respaldado por amplios sectores sociales y políticos. Gobernando a través de una alianza tácita con el poder económico y determinados poderes fácticos. Reforzando la alianza con EEUU y la OTAN. Era el país de las oportunidades para enriquecerse -al decir del señor Solchaga-, del pelotazo, de la corrupción, del terrorismo de estado, de los primeros recortes... También, hay que decirlo, de un aumento del gasto público en sanidad y educación. Lógico, porque, los niveles heredados del franquismo eran demasiado bajos, pero, ante todo, por la presión de la calle. La de estudiantes pidiendo más centros y más becas en 1987. Y la del profesorado de los centros públicos pidiendo subidas salariales. Había hambre de derechos y también perspectivas de ascenso social. La derecha política, mientras tanto, se sentía en gran medida acomplejada, cosechando fracasos electorales. La izquierda, aun minoritaria, se mostraba muy activa. Así fueron esos años 

Boaventura de Sousa Santos ha escrito recientemente el artículo "El precio del progreso". Muy interesante. Habla de tres narrativas y temporalidades en Brasil, correspondientes a tres momentos diferentes: la exclusión social, la reivindicación de la democracia participativa y las políticas de inclusión social. Hoy están confluyendo. La primera pertenece a la larga construcción de Brasil sobre el dominio de la oligarquía generadora de grandes desigualdades sociales. La segunda es la de los años 80 y 90, cuando la movilización popular creciente frente al viejo estado, el modelo desarrollista y las recetas del FMI abrió amplias esperanzas de una nueva forma de hacer política. La tercera se corresponde con los años de presidencia del PT, inicialmente expresión de las demandas sociales surgidas en la etapa anterior e implementadora de amplias medidas de inclusión social. Sin embargo, Sousa Santos considera que con Roussef se ha producido una desaceleración de las dos últimas narrativas, lo que ha provocado las movilizaciones actuales y, a la vez, que la primera esté cobrando peso. 

El país más extenso de América del Sur con sus 8,5 millones de km2, el más poblado con sus casi 200 millones de habitantes y el de mayor PIB con su 6º puesto mundial se encuentra en la encrucijada.