jueves, 28 de noviembre de 2013

¡Claro que existe el paraíso terrenal!

Hay repartidos por toda el planeta pequeños territorios, a veces minúsculos, llamados paraísos fiscales. En ellos viven ingentes cantidades de capital que son propiedad de personas, pero como si no existiesen. Para acceder sólo se necesita ponerse en contacto con las entidades que los gestionan, que disponen de profesionales eficientes y sin escrúpulos. Garantizan dos cosas: su alta rentabilidad y su seguridad. Allí no entra ni Dios, vamos, y encima te forras más. Lo curioso es que esos capitales tienen un blindaje desde sus lugares de origen: les protege que la mayoría de los países se rigen bajo el principio de la libertad para su circulación; y, además, que ningún estado puede intervenir en esos territorios si no hay un convenio firmado que lo disponga. Casi ninguno de esos territorios lo ha hecho. No les interesa, claro, pues perderían su razón de ser. Son capitales que salen ilegalmente de sus lugares de origen y de los que se pierde la pista cuando entran en territorio libre de restricciones. A eso lo llaman opacidad. La ilegalidad legalizada. Los paraísos de la corrupción, de la desvergüenza... ¡Claro que existe el paraíso terrenal! Sólo que para delincuentes. Pero de buen ver.