viernes, 19 de septiembre de 2014

La gente votó en Escocia sin que se haya acabado el mundo

Ganó el NO. Un 55,3% frente al 44,7% del NO. Puede que haya sido la expresión del miedo. En el debate del referéndum ha habido en los últimos días una ofensiva fortísima desde el poder central británico, la Unión Europea y las altas esferas financieras internacionales para evitar que entre la población escocesa acabara triunfando la opción independentista. 

Hace un par de años David Cameron ofreció un sorprendente reto cuando Alex Salmond, el Ministro Principal de Escocia y dirigente del Partido Nacional Escocés, planteó el aumento de las competencias para su país. Lo que en un principio pareció algo fácil de resolver, acabó siendo un grave problema para el gobierno británico, pues la opción independentista fue ganando apoyos, hasta el punto que hace poco más de una semana había sondeos que apuntaban a una posible victoria del SÍ. Por las principales ciudades escocesas fueron desfilando los líderes de todos los partidos británicos. El propio Primer Ministro Cameron, lágrimas al margen, ha tenido que ofrecer un mayor grado de autonomía. Justamente lo que negó cuando propuso el referéndum para espantar las peticiones escocesas. Incluso se llegó a ofrecer a la reina Isabel II que hiciera pública una declaración de apoyo a la unión. Resulta evidente que quienes la asesoran supieron actuar con astucia, evitando que se pronunciara explícitamente en nombre de la neutralidad política que le corresponde como reina. Seguramente de haberlo hecho hubiera provocado un efecto contrario.

La población escocesa se ha ido soltando en sus aspiraciones políticas. En amplios sectores ha ido calando la idea de un país soberano alejado del modelo neoliberal británico. Desde que en los años ochenta Margaret Thatcher inició su contrarrevolución neoliberal -completada por el "neolaborismo" de los Blair y Brown-, con el consiguiente desmantelamiento del estado del bienestar, en Escocia la reacción de la gente ha sido alejarse del Partido Conservador, cuya representación institucional lleva años bajo mínimos, escorándose al principio aún más hacia el Partido Laborista y finalmente decantándose en mayor medida por el Partido Nacional Escocés. La campaña por el SÍ ha sido hecha en positivo, dejando ver lo que supone actuar como país independiente alejado de los rigores de la mayoría inglesa que lleva años imponiendo la financiarización de la economía, el desmantelamiento de lo público y la regresión en los derechos sociales. Ha sido la gente de edades más jóvenes quien más se ha atrevido a hacer frente al reto del gobierno británico. Por el contrario, entre la gente mayor, sobre todo pensionistas, y en más mujeres que varones se ha preferido mantener la unión. En gran medida, un corte generacional.

Quienes defendieron el NO han respirado profundamente, porque han atajado el problema. Está por ver el futuro de Cameron. Quienes se orientaron por el SÍ estarán digiriendo el resultado, porque las derrotas son crueles. Sin embargo, han sentado las bases de un movimiento que puede tener proyección en el futuro, teniendo en cuenta que la gente joven es la más propicia a cambiar las cosas. Salmond ha recordado a Cameron su promesa de mayor autonomía. También acaba de anunciar que no renovará su mandato, prefiriendo dar paso a otras personas.  

En todo caso la población escocesa ha hecho gala de una gran madurez democrática. La elevada participación, en torno al 85%, ha sido una muestra. Las calles y los medios públicos han sido escenario de debates sin que haya habido grandes problemas. Se ha puesto en práctica un ejercicio de democracia. No ha pasado nada por ello, sino todo lo contrario. Lo contrario que aquí.