jueves, 9 de julio de 2015

Sigue en la farmacia rural familiar














































Había vuelto a saber de él desde hace unos años, cuando empecé a curiosear por la red en busca de la pequeña tropa de camaradas que había perdido la pista. Supe, así, que seguía en la farmacia familiar de un pequeño pueblo castellano. Cuando estudiaba la carrera, ése era su deseo. La última vez que lo vi en persona -quizás a mediados de los ochenta: hace tres décadas-, lo noté
 contento. Iba acompañado de su mujer, antigua compañera común de las fatigas antifascistas, y de algún retoño. Atrás habían quedado años de aventuras, dedicación y sueños. 

Cuando lo conocí él estaba en la cúpula de nuestra modesta organización. Era un veterano en comparación con la bisoñez de quienes nos iniciábamos en el mundo universitario. El primer encargo que me hizo fue mandarme de improviso a una reunión en Madrid, lo que me obligó a no dormir en toda lo noche y tener que hacer trasbordo en Medina del Campo. Me pareció siempre buena gente, aunque un tanto desordenado, a la vez que ocupado y preocupado por sus estudios, que se retrasaban en su final ante tanto trajín. Durante un tiempo estuvo encargado de los caudales de la organización y fue artífice de una jugada genial durante las elecciones de 1977: conseguir dinero de Alianza Popular a cambio de cederle el pabellón municipal para un mitin. Ya se notaba por entonces que ese partido nunca anduvo escaso de dinero. El caso es que la jugada nos salió redonda, pues con lo recaudado pudimos hacernos con unos magníficos altavoces de coche, mientras que AP hubo de esperar a 1982 para obtener su primer diputado por la provincia. 

Hace poco me encontré en un periódico digital con una foto y un apellido que enseguida identifiqué: su hermano, también compañero de fatigas, pero en la tierra de origen. Era la viva imagen del recuerdo que mantengo del viejo amigo. El hombre lleva años metido a reportero deportivo de un periódico muy conocido y es especialista en la gente que compite con dos ruedas en llano y subiendo y bajando cuestas. Un nombre profesional que me suena de haber leído en sus crónicas, pero que nunca creí fueran a estar escritas por el hermano de quien me ocupa en este reencuentro. 

Y esa imagen tan parecida la he podido confrontar con la que hace unos días, por fin, he encontrado del viejo amigo. Mantiene los rasgos de su cara, por supuesto, pero se le ve envejecido. En cuanto a su aspecto, me atrevo a decir que su indumentaria mezcla lo de antes y lo rural. Ese antes que mucha gente mantiene -mantenemos- no haciendo demasiados alardes a las modas pasajeras que se han ido sucediendo con los años o evitando cambios más drásticos, con traje y corbata incluidos. Y lo rural, porque me da la impresión -es sólo una conjetura- que se siente a gusto en su pequeño mundo.