sábado, 26 de septiembre de 2015

Cuarenta años de las últimas ejecuciones de Franco

Cuatro décadas han pasado desde los fusilamientos de José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo, Ramón García Sanz, Juan Paredes Manot y Ángel Otaegui. Los tres primeros, del FRAP, en Hoyo de Manzanares (Madrid); los otros dos, de ETA, en el bosque de Cerdanyola (Barcelona) y Castrillo del Val (Burgos), respectivamente. Este drama fue la inspiración de una de las canciones más bellas para mí: "Al alba", de Luis Eduardo Aute. 

Los días previos lo fueron de movilizaciones en muchas ciudades del país y en varios países, y de numerosas peticiones para que se conmutaran las penas máximas. Una de éstas, del papa Pablo VI. Pero dio lo mismo, porque Franco sabía que las sentencias tenían que cumplirse. Era su advertencia a una sociedad cada vez más descontenta y movilizada en amplios sectores. Un escarmiento para quienes osaran a ir más allá de la simple protesta. Por eso estuvo presente en la concentración que tuvo lugar en la Plaza de Oriente madrileña, acompañado en el balcón del Palacio Real por los miembros de su gobierno y el heredero de la jefatura de estado, el príncipe Juan Carlos. En su breve discurso, con una voz débil y una mano temblorosa, no faltó la misma diatriba de casi cuarenta años antes, esta vez en forma de "conspiración masónica e izquierdista, y contubernio con la subvención comunista-terrorista en lo social".

El día anterior a su ejecución Baena había escrito una carta a su familia donde, entre otras cosas, decía: "muero pero que la vida sigue. Recuerdo que en tu última visita, papá, me habías dicho que fuese valiente, como un buen gallego. Lo he sido, te lo aseguro. Cuando me fusilen mañana pediré que no me tapen los ojos, para ver la muerte de frente". Paredes Manot, más conocido como Txiki, hizo uso de unos versos del Che: "Mañana, cuando yo muera, no me vengáis a llorar. Nunca estaré bajo tierra, soy viento de libertad".

Para mi amigo Chema el día de las ejecuciones fue uno de los más tristes de su vida. Es lo que ha escrito esta mañana, en el segundo de los correos que me ha enviado recordándomelo. "En Salamanca lucía el sol, era domingo, la calle estaba abarrotada de gente, paseando, como si no ocurriera nada...", continuaba. 

Estos días varios medios de comunicación nos lo están recordando y mi memoria tiene retenida una vivencia que conocí en mi propia carne. No sé cuál fue el día concreto, pero sí las consecuencias que acarreó la manifestación de protesta que en Salamanca convocaron el PTE y la JGR. Hubo poca gente, pero la detención de un joven militante llevó a una redada contra esas organizaciones. Una de las personas detenidas fue un hermano mío y yo mismo fui testigo de la presencia de la policía en nuestra habitación. 

Fueron momentos de miedo. Peores para mi hermano, claro, que hubo de pasar unas semanas en la cárcel. Pero, ante todo, peores para quienes al alba encontraron la muerte delante de unos pelotones de fusilamiento. Fueron las últimas ejecuciones de la dictadura. El último furor asesino de un Francisco Franco que dos meses después acabó muriendo.   

(Imagen: "Seis jóvenes", pintura de Juan Genovés, 1975)