martes, 22 de marzo de 2016

Arte vivo en el barrio del Oeste de Salamanca

























El verano pasado me llamó la atención la cantidad de murales que se habían pintado en el barrio del Oeste de Salamanca. Estos días he estado contemplándolos más detenidamente y he fotografiado a un buen número de ellos. Una muestra, como ocurre en tantas otras ciudades, de lo que se conoce como arte urbano, callejero... Arte vivo, en fin, que sitúa la obra en la misma pulsación cotidiana de la gente. 

Los muros de las edificios y los portones de los garajes se han convertido en el soporte material principal. A veces se aprovechan los árboles, las cabinas telefónicas o lo que se considere motivo de ser trabajado. No siempre son murales, también se decoran objetos como escaleras viejas, cajas de bebidas, palés... Se aprovechan edificios construidos o en ruina. Hay murales de grandes dimensiones, que doblan las esquinas u ocupan fachadas completas. Muchos decoran los establecimientos comerciales. Y en un caso el mural domina desde la altura el conjunto de la plaza que da nombre al barrio.

El del Oeste es un barrio que está incrustado entre el centro y dos de las
antiguas vías de salida de la ciudad. Se trata de un pequeño espacio muy densificado en sus edificaciones, con calles estrechas, sin apenas espacios verdes y carente de equipamientos urbanos. Aunque conserva edificios aún no contaminados por la fiebre especulativa, con cierta estética clásica, en su mayoría han sido construidos a finales de los sesenta y durante los setenta. Un ejemplo más, de tantos otros, de lo que fue el urbanismo del tardofranquismo y continuó durante los años de la Transición. Su corazón lo ocupa la plaza que da nombre al barrio, en cuya parte central se ha situado desde hace tiempo una fuente de grandes dimensiones. El agua que brota de ella al menos amortigua el ruido del trasiego continuo de vehículos.

En todo caso se trata de un barrio curioso. Fue ganando popularidad a finales de los años setenta del siglo pasado cuando se fueron instalando en él estudiantes de la universidad. Sigue siendo conocida su asociación vecinal, con su acrónimo ZOES, de Zona del Oeste. Fue muy reivindicativa desde el principio, confluyendo las demandas de la gente más consciente por construir un barrio mejor -entre quienes estaba mi hermano mayor- y el activismo político de la parte del estudiantado allí instalado. Fueron famosas las movilizaciones que protagonizaron por entonces contra la forma de llevar a cabo por el ayuntamiento lo que completaba la circunvalación de la ciudad. Y también fue famosa la organización del primer rastro que hubo en la ciudad, buscando dar vida a las calles del barrio durante los domingos y días de fiesta.

Han pasado los años y, ya desde la distancia temporal y espacial, he visto que
en el barrio del Oeste se siguen buscando formas, en este caso originales, para darle vida y embellecerlo. Hacer posible, en fin, el difícil reto de mantener un pulso diario más humano y ajeno a la despersonalización que caracteriza a las ciudades de nuestros días.