lunes, 26 de junio de 2017

Ardió Portugal, arde Doñana...
























Hace un par de semanas un incendio de grandes dimensiones asoló la provincia portuguesa de Leiria, en el centro del país. A la destrucción de la naturaleza se unió esta vez la muerte de decenas de personas, atrapadas en sus casas o en los coches por un fuego que arrasaba todo lo que encontraba, animado por el viento y por los efectos de la larga sequía. 


Ahora le está tocando a Doñana. Inicialmente a su entorno, pero ya al parque natural e incluso a su cogollo, lo que está calificado como parque nacional. La destrucción de masa vegetal y de fauna sigue su curso. A diferencia de Portugal, no se ha extendido por tanto territorio y tampoco ha dado lugar a ninguna muerte, aunque sí a la evacuación de miles de personas.

¿Qué está pasando? En efecto, las condiciones climáticas: el fuerte calor y la larga sequía. Pero así es nuestro clima y pese a que esos dos elementos se hayan extremado durante las últimas semanas. Ignoramos por ahora si han sido intencionados, como suele ocurrir en mayor medida, o fruto de negligencias, que tampoco faltan. Pero no podemos olvidar lo fundamental. De entrada, las secuelas del modelo de repoblación iniciado en la Península Ibérica en el siglo pasado a base especies exógenas, como el eucalipto o los pinos. Y, ante todo, el modelo económico de desarrollo y la implementación de medidas económicas de carácter neoliberal. Veamos.

El modelo de desarrollo y el modelo de funcionamiento del sistema económico tienen mucho que ver. Basado éste último en el consumo desaforado a costa de todo, supone destruir en la superficie todo lo necesario con tal de obtener recursos que sirvan para ese fin. Y, por supuesto, producir, para lo que se necesita recursos energéticos. La emisión de gases contaminantes procedentes de combustibles de origen fósil está en la base del calentamiento de la Tierra y derivado de ello, del cambio climático. Y el sistema que nos domina, ahora en su fase neoliberal, está conllevando la reducción al máximo de los gastos públicos, tanto sociales como, en este caso, los destinados a la protección de la naturaleza.

En el modelo de desarrollo actual la naturaleza cuenta poco. Interesa sólo lo que da de inmediato. Emplean técnicas de producción que permitan los máximos rendimientos. La agricultura, la ganadería y la explotación forestal se orientan a producir para optimizar al máximo los beneficios. Como se necesitan alimentos y materias primas, se busca lo más rentable, que en el caso de la masa forestal conlleva la generalización de especies exógenas de rápido crecimiento y pérdida de diversidad. Y con frecuencia, ni eso: simplemente se destruyen los bosques. Así funciona la cosa: crecer, destruyendo. 

El sistema económico en la fase neoliberal está agravando la situación. Porque la reducción de los gastos en materia de protección va en aumento. Cada vez más se reducen los recursos humanos y los recursos necesarios para proteger la naturaleza y prevenir los riesgos de catástrofes. Y mientras se privatizan cada vez más los servicios, se reduce lo que se considera superfluo.

El verano acaba de empezar y en cuanto al clima aún nos queda lo peor por llegar, teniendo en cuenta que julio y agosto son los meses de más calor y más sequía. Pero si eso pertenece a nuestras condiciones naturales, en las que hemos vivido durante siglos y siglos, lo que sí es nuestra responsabilidad es la forma que tenemos de actuar como especie. O mejor, cómo se actúa desde un sistema que incide negativamente. Y los incendios son una prueba más.