miércoles, 28 de junio de 2017

El "Faro del Trafalgar", de Joaquín Cort Basilio


Nuestra historia comienza con una fecha concreta muy poco clara. Su principal protagonista, Joaquín Cort Basilio (sí, el artista Tato Cort, dicho en nombre de profesor), la sitúa en el curso 1994-95. Pero lo importante aquí es el objeto, esto es, una escultura a la que se puso el nombre de "Faro de Trafalgar". Y, sobre todo, su proceso de construcción.


Teniendo en cuenta que nuestro instituto, el Trafalgar, hace referencia a un cabo famoso, en el que además está situado un faro, qué mejor que hacer uso de él como símbolo. Si un faro tiene la función primordial de servir de guía a los barcos que surcan los mares próximos a la costa, ¿cómo no ha de simbolizar lo que constituye la esencia de la cultura, cual es la luz que ilumina el saber y el crear? Los diferentes escudos que se han diseñado para ilustrar nuestro centro siempre han tenido como un elemento primordial, y lógico, un faro, en este caso el del cabo de Trafalgar.

Y desde ahí es donde Joaquín trenzó una idea original que, como iremos viendo, tenía como doble fin crear un símbolo tridimensional del instituto y estimular la creatividad de su alumnado. Como profesor de Dibujo, que es como se llamaba entonces la asignatura actual de Educación Plástica y Audiovisual, empezó una tarea consistente en levantar un faro hecho a base de elementos propios del mundo de la construcción (hormigón, piedra, hierro), restos marinos (cabos de barcos, restos de algún animal marino…) y aquello que, por cualquier circunstancia, se fue añadiendo (fragmentos de espejos, caras de cemento y alambres previamente modeladas en barro…). Sólo fue premeditada la intención y la estructura de la escultura. Lo demás fue surgiendo según pasaba el tiempo, la naturaleza ofrecía y la imaginación proponía.

Joaquín me ha contado varias veces lo bonito del trabajo realizado. Y la ilusión del alumnado participante. Fueron meses de aprendizaje de cómo cimentar un bloque vertical, cómo fraguar los elementos que componen una estructura de hormigón, cómo modelar con barro, vaciar en escayola y rellenar con cemento y alambres, cómo adosar fragmentos de espejo a modo de mosaico… Todo ello con un producto final que le llenó de orgullo a él, como director artístico, y a sus aprendices: el "Faro del Trafalgar".

Situado en el patio trasero del instituto, junto al pabellón por entonces recién construido, y en medio de un grupo de pinos, de los que tanto abundan en nuestro municipio, el Faro fue ubicado como si fuera uno más entre los elementos verticales que lo rodeaban. Pero con dos particularidades: su robustez, pese a su menor tamaño, y la luz que durante la mañana irradiaba desde los fragmentos de espejos.

Y allí estuvo durante varios años, hasta un fatídico otoño, quizás en noviembre, del año 2001, cuando una pala excavadora se lo llevó por delante. Previamente, unos días antes, alguien, anónimamente y con nocturnidad, se había dedicado a decorar la parte superior del Faro con un esprái, de modo que con los trazos de las líneas se transmutó en un falo. No sabemos la relación causa-efecto que hubo entre este hecho y la acción de la excavadora. Quienes tenían la responsabilidad administrativa del centro la negaron y dejaron caer que la excavadora actuó por iniciativa de quien la conducía o de quien dirigía las operaciones, ajenos al centro, pero demandados para hacer una limpieza del lugar.



Hubo quienes no aceptamos esa versión. No digo que el enfado fuera generalizado, pero sí lo fue amplio. Se enfadó, por supuesto, Joaquín. También, su compañero de departamento, Luis Valverde Luna. Y mucha más gente.


En diciembre la revista del centro Claustro-fobia, que tenía a Luis como editor, trató el problema. Se publicaron dos escritos, acompañados de cuatro fotografías. En dos se reflejaban sendos momentos del proceso de construcción del Faro y en las otras dos se podía ver su estado una vez arrancado y destruido. En cuando a los escritos, uno era del propio Joaquín, titulado “Canto a una escultura hecha con cariño y esfuerzo”. En él explica pormenorizadamente lo ocurrido, desde la gestación de la obra hasta su muerte y destrucción. El otro escrito era de Luis Valverde Luna, con el título “Talibanes en Barbate, en el IES Trafalgar…? Quizás”. Siendo más breve, el tono es muy crítico.

No faltó el correspondiente tratamiento en un claustro, que tuvo lugar en enero de 2002. En el acta se reproducen algunos aspectos de la discusión: las preguntas de algunos compañeros para saber lo sucedido, mi denuncia de la escasa sensibilidad artística y del tono jocoso con que se trató a veces el asunto por parte de quienes dirigían entonces el centro, la negativa de éstos de asumir su responsabilidad, el enfado del propio director por las palabras vertidas en la revista del centro…

Han pasado casi 16 años desde lo ocurrido. Hace unas semanas el amigo José Antonio Cabeza le dedicó un simpático escrito en esos breves suyos con los que se prodiga últimamente. También lo ha recordado Vicente Villar, otro compañero, ya jubilado. Por mi parte llevaba tiempo detrás de dedicarle una entrada en este cuaderno. De hecho estuve documentándome acerca de las fechas en que ocurrió la desgraciada destrucción. Cosa que logré localizando en el instituto un ejemplar perdido del número de Claustro-fobia donde se trató lo sucedido y consultando las actas del claustro. El mismo Joaquín me facilitó en su día varias fotos del Faro, a las que he unido otra más que me acaba de enviar. Por desgracia Luis ya no está y seguro que nos habría recordado más detalles. Hace unos días, hablando con Joaquín, me contó detalles del momento en que empezó todo. Me nombró a un antiguo alumno, Gildo, que participó en la aventura y que, por supuesto, lo recuerdo, cómo no.

A continuación ofrezco los dos escritos antes referidos, que tienen un gran interés por lo que dicen y como testimonio de un momento poco afortunado de la historia del instituto Trafalgar. El momento en que su luz se apagó momentáneamente. Porque, por lo que conozco después de casi tres décadas trabajando en él e indagando en sus tripas en forma de papeles, aún sigue irradiando luz. Claro que sí, porque, siguiendo al Unamuno -el de última hora que se horrorizó ante el fascismo-, el Trafalgar no deja de ser un templo del saber, uno de tantos, sí, pero necesario.


ANEXOS

Canto a una escultura hecha con cariño y esfuerzo

Ahora que la he visto sobre escombros en un descampado rota en dos pedazos, me invade un sentimiento nostálgico de las horas de trabajo pasadas con los que colaboraron en su realización, y nostalgia de los momentos que íbamos a verla o que hablábamos de ella. Ahora veo el vacío entre los pinos.

Nuestro propósito era decorar el instituto con formas y colores para alegrar la vista y la imaginación de los que aquí convivimos una buena parte de nuestras vidas. Aquella vez, fue una escultura el objeto de nuestra dedicación. Lo primero que hicimos fue elegir el lugar adecuado para su emplazamiento y resultó ser en medio de los pinos. Allí en lo alto, en el otro patio, se formaba un espacio recogido a modo de cripta con las columnas de los troncos alrededor de donde la íbamos a colocar, orientada al levante para que la calentara el sol de la mañanita y elevada para que pudiera iluminar muchas miradas.

Armados de un pico, una pala y una carretilla empezamos a cavar un hoyo cilíndrico de unos 40 cm. de profundidad, [pues] quer[í]amos una base firme para que el tiempo dejara su huella de hermosura.

En la clase siguiente rellenamos el agujero con una cimentación ciclópea a base hormigón, piedra y redondos de hierro que sobresalían del suelo.


Por aquellos días, paseando por la playa, me encontré con un cabo de nylon azul, grueso, largo, metido entre la arena y las algas, resto de algún naufragio de los que arrastran las mareas bravas en invierno.

Lo consideré como un regalo del océano para nuestra escultura, así que les propuse a los integrantes del grupo utilizarlo en la base de lo que sería el “Faro del Trafalgar”. Nuestro Faro estaría asentado sobre un cabo azul como otros faros. Enrollamos la cuerda en forma de hélice y empezamos a rellenar el hueco helicoidal con hormigón y trozos de g[r]avilla para armarlo fuertemente. Cuando fraguó, tenía algo de la Columna de Trajano, que también sube en hélice.


Lo siguiente fue recoger piedras de la playa que colocamos en orden “minimalista” sobre el cabo azul, las poníamos de forma que servían de encofrado y quedaban como revestimiento externo.


Poco a poco la escultura iba subiendo, [y] ya tenía un metro de altura.

Empezaron las lluvias y se hacía incómodo trabajar a la intemperie, por lo que decidimos continuar los trabajos en el aula de dibujo. Allí había barro y decidimos trabajarlo. Con la sensación de tocar la Tierra, fueron saliendo caras sin nombre. Luego hicimos los moldes, vaciando las caras con escayola que después rellenamos con una mezcla en cemento y alambres como armadura. Llegó el día de integrarlas en nuestro Faro, [y] las colocamos en círculo tribal mirando hacia fuera.


Hoy al reflexionar sobre lo sucedido me llena de emoción el recordar aquellas caras con sus miradas perdidas en el infinito, como los visitantes que suben a los faros y funden sus miradas con el horizonte. Quedó un racimo de vigías de mirada radial y circular alrededor del mirador-atalaya.

Un día de levantera me encontré la columna vertebral de un gran pez, junto a la orilla de la playa del Carmen, [y que] todavía tenía tejido blando uniendo los hueso, [por lo que] no pude resistirme a meter las piezas en una bolsa de plástico que sonaba al ritmo frenético del viento.

Como decía nuestro Pablo Picasso: hay que aprovechar lo que tienes a tu alrededor para la creación.

Cuando enseñé las vértebras a los alumnos se apartaron por el intenso olor a mar y a pejcao. Al colocar las vértebras sobre la columna del Faro, quedaban los huesos cónicos del centro de la columna del pez sobresaliendo hacia afuera. Tenían un color hueso amarillento que con el tiempo se fue aclarando y enmoheciendo. Un perro nos regaló también los huesos de su calavera para que acompañaran a los del pez.

Para la plataforma de la linterna buscamos piezas de hierro de los barcos anclados para siempre en los varaderos junto al río. Aparecieron: volantes, cadenas de transmisión, ruedas dentadas, parte de un carburador y tornillos viajeros de los mares.


La linterna se elevó majestuosa rematada con una cúpula semiesférica, cubierta con fragmentos de espejo incrustados en el cemento, que reflejaban los rayos del sol que parpadea por entre las ramas de los pinos y daban señales luminosas, como las que emiten los faros desde la costa. Aquellos espejillos también reflejaban nuestras caras y las de nuestros acompañantes en pequeños fragmentos, y el cielo azul, y los pinos…


Últimamente unos espráis anónimos lo habían transformado de faro en falo, en clave de humor. Nadie, que yo conozca, se había manifestado en contra de la metamorfosis sintáctica sufrida por nuestro monumento mutante. De todas formas iba a tomarme la libertad, previo permiso, de blanquearlo para devolverlo a su naturaleza original de Faro…

Me he quedado con las ganas.

Decía Picasso, cuando acabó la “cabeza de un toro” hecho con el sillín y manillar de una bicicleta: “Lo milagroso de esto es que algún día este sillín y manillar, podrán formar parte de otra bicicleta”, y a mí se me antoja que el gran cabo azul intenso como el mar, algún día pueda navegar de nuevo sobre la cubierta de un barco y que entre su trenzado lleve el aroma a resina de nuestros pinos del Trafalgar.

(Joaquín Cort Basilio, catedrático de Dibujo Técnico y Artístico).


¿Talibanes en Barbate, en el IES Trafalgar?... Quizás

Así como el gobierno Taliban fulminó, sin ninguna consideración, las estatuas gigantescas de Buda de aproximadamente 400 años de antigüedad (un tesoro para el patrimonio de toda la humanidad), e intentó borrar de la faz de la tierra los símbolos de sus amigos los americanos, lo sucedido con nuestro Faro lo recuerda mucho, aunque a otra escala. ¿No habrá también un “segundo paso” y dinamitarán cualquier otro símbolo “enemigo”…? Ahora, recibirían su merecido, eso seguro. ¡Talibanes infiltrados… y nosotros sin saberlo!

(Luis Valverde Luna, profesor numerario de Dibujo).


(Fotografías: Joaquín Cort Basilio y Taller de Imagen del Instituto Trafalgar)