martes, 2 de enero de 2018

En el Memorial del cementerio de Salamanca y la escultura “Tiro de gracia”






















Ayer estuve en el cementerio de Salamanca. Salí a pasear, pero, ante lo desapacible del día, decidí visitarlo. Vi el nicho próximo a la entrada donde se encuentran los restos de Miguel de Unamuno. Visité la tumba de mi familia, donde se encuentran una hermana, mi padre y madre. Y fui, como suelo hacer en algunas ocasiones, al Memorial dedicado a las víctimas de la represión habida en la provincia de Salamanca tras el golpe militar de 1936. 

Apartado de lo que fue el corazón del cementerio, en esa zona enterraron anónimamente a las personas fusiladas tras el golpe militar de 1936, cuyo número se estima en 166. La primera vez que acudí lo hice con mi amigo Arturo. No recuerdo el año, pero fue a finales de los 70. Entonces no había nada. Sólo el muro desnudo y un pequeño solar de tierra sin lápidas. Allí nos imaginamos el horror que sufrieron. 


Pasados los años el espacio fue convirtiéndose en un lugar de la Memoria. Se fue dando cabida a lápidas con la inscripción de nombres de las víctimas, los restos de personas represaliadas en otros lugares (Pelabravo, Pinilla), dos monolitos, flores... Junto con el Memorial de la Orbada, a escasos 30 kilómetros de la capital, representa el recuerdo de unas víctimas mortales que se cuentan por más de mil, al menos 1.200 desaparecidas.


Ayer pude ver una novedad: la escultura "Tiro de gracia", de José Luis Pinto. Instalada en mayo de 2015, representa el esqueleto sobre el suelo de una víctima de la represión. Está hecha en hierro. El óxido se corresponde metafóricamente con lo que ocurre con el paso del tiempo: pese a la corrosión, pero siempre queda algo. Estremece verla. Pero representa la realidad.