jueves, 1 de febrero de 2018

Memoria y paso del tiempo entre generaciones

En 2016 Francisco Correa, cabeza de la trama Gürtel, contaba durante una sesión judicial que en 1977 había acompañado a su padre a un mitin de Dolores Ibárruri en Madrid, en el que a su progenitor se le saltaron las lágrimas de emoción. Previamente había hablado de sus orígenes familiares, como hijo de un exiliado republicano tras la Guerra Civil, y de sus andanzas laborales, en las que se inició desde niño como botones en un hotel. Me imagino que era un recurso, cargado de emociones, para remarcar dos cosas: un pasado familiar entre heroico y sufriente, y el haberse formado como un hombre hecho a sí mismo. Lo que vino después, ya lo sabemos: su ascensión a la cúspide del dinero y del prestigio en el mundo del PP, y su caída vertiginosa hasta precipitarse en la prisión.

Este verano, durante una conferencia mía en una localidad cercana, en la que trataba el tema de la represión habida tras el golpe militar de 1936, una persona del público aludió a la sorpresa que se había llevado por la mención de uno de sus abuelos, que había sufrido represalias por ser comunista. Conociendo uno a su familia en varias de sus ramas y generaciones, inmersa dentro del mundo de la derecha más rancia, no me llamó la atención tanto que desconociera lo ocurrido con su abuelo, como que lo manifestara públicamente.


Conozco otro caso cercano que en su día también me llamó atención. Fue cuando me llegó la información documental de un antiguo miembro de la CNT que en los años de postguerra se había dedicado a actividades de contrabando. Por la coincidencia del primer apellido deduje quién podía ser su hijo, también conocido en la localidad por su dedicación durante un tiempo a ese tipo de actividades. Al igual que las dos personas antes referidas, forma parte de los ambientes conservadores del lugar.



Me acuerdo ahora de otros casos, esta vez más llamativos, por ser de personas que han alcanzado la fama en niveles muy elevados. Se trata del torero Manuel Benítez “El Cordobés”, el tenista Manuel Santana o el futbolista y entrenador José Antonio Camacho, hijos de represaliados que tuvieron que pagar el tributo de la cárcel durante la guerra, como le ocurrió al padre de “El Cordobés”, o después de ella, en el caso de los otros dos.

Nuestros famosos, sin embargo, han navegado en sus vidas por otros derroteros. Cercanos a Franco estuvieron “El Cordobés” y Santana, que se dejaron agasajar por el dictador cuando triunfaban en sus mundos. El torero, hijo de la represión y de la miseria, no tuvo reparos en llamar delincuentes a sus antaño hermanos de clase cuando reivindicaban eso de la tierra para quien la trabaja. El tenista, entregado por su madre ya viuda a una familia adinerada, acabó formando parte de ese mundo y mostrase como un derechista confeso. El futbolista, por su parte, perteneciente a un tiempo diferente al de los otros dos por ser más joven, ha hecho apología más de una vez de esa frase favorita entre la gente de derecha referida a dejar la política a un lado.  

He puesto estos ejemplos para ilustrar los cambios que se producen entre generaciones. Cambios en los comportamientos políticos que, en el caso que nos ocupa,  son producto de un contexto traumático. Situaciones que nos ayudan a entender algo más por qué el fascismo español se mantuvo durante tanto tiempo en forma de dictadura y todavía sigue presente, de otras formas, en nuestros días. Un fascismo que se cebó con quienes perdieron la guerra, que supo atenazar de miedo a muchas de esas personas, que llegó a atraer a su seno otras tantas ("El paso del tiempo") y que sembró en buena parte de sus descendientes esa semilla que aún perdura. 

(Imagen: fragmento de Persistencia de la memoria, de Salvador Dalí).